sábado, 4 de marzo de 2017

Irma Cuña, El extraño (1977)

IRMA CUÑA

EL EXTRAÑO
(1977)





AL POETA Y OTROS EXTRAÑOS
Este libro nació por haber descubierto el signo que llevan en la frente algunos extraños: los que no aceptan un mundo heredado y, por aún, pretenden crear otro con la palabra. Por eso está destinado al poeta, al artista, al extraño, al hombre, a la mujer y al ángel niño, ya que a ellos, a todos ellos, les cabe en suerte el ser, potencialmente extraños.
Pero ésta es una explicación racional; y nadie ha de acercarse al extraño solamente con raciocinio y coherencia lógica. Quise crear un placentero mundo -placentero estéticamente- cuyos fundamentos no deben buscarse en referentes ajenos a la palabra misma. Toda figura no es más que una visión poética. En ella se inserta la realidad de nuestra percepción y se transfigura en nombre polivalente, pero, también, nada más que el nombre, aunque se lo traslade a otro universo que no es el cotidiano, sin dejar de serlo. Es el “otro mundo” del extraño, del que se afincó en la interioridad de la existencia por saberla amor y elegirla compartible, si bien muchas veces cunde la soledad y la melancolía propia de toda incansable búsqueda.
Europa en sus pinturas, México en su misterioso ritual y especialmente mi país, la comarca mitad viento mitad arena, mitad lago y bosque, con su imponderable ausencia del mar, lo sostiene sobre la tierra. Si no envía un mensaje directo es porque llama a la región de extrañeza, de posibilidades, de cada ser, de todo hermano humano.
Finalmente, si en él habitará la poesía, ¿para qué pretender una presentación más esclarecedora que ella misma?

IRMA CUÑA
Buenos Aires, julio de 1977






tenían por costumbre dialogar
con su propio corazón
(Códice Matritense, referido a los toltecas)







El EXTRAÑO
                                                                                     A mis dos hijas, Susana y Nora
 PARTIMOS
a olvidar
nuestro dedo de sombra en el desierto.

¡Tanto andar por el aire
para tocar la interminable arena!




LLEVAMOS la nostalgia como perros sin dueño,
como palomas anochecidas,
como viejos osos pardos contra el horizonte.

La nostalgia es un signo en la frente de los extranjeros
una persecución de nubes,
un edificio de hojas.




DESVESTIMOS una colina boscosa
para hacerla un seno de arena,
un desierto empinado,
una duna del aire.

El arco del ala más terso de nuestra palma
y las palomas envidian esta quietud de siesta.
El destierro del origen se ha sumado al destierro del suelo
y erramos,
mordiendo mendrugos solares,
apretando colas de comentas,
hundiendo uñas en la pulpa fría de dos ríos.
(El sol hirsuto al mediodía
y por las noches
sólo el andar pausado de las hojas.)

¿A qué alzar vanas tiendas,
desperdigadas,
laxas?
Recolector de caracolas y algas secas,
el caminante afianza el paso
en otros caminantes y espejismos.




CALLAR ha de ser un desierto amarillo
una huella nítida y fugaz,
un caracol en la playa.

Callar, eres tú, hermano,
jugando en la costa atlántica
todo el aire del pelo.

Callar este pozo-musgo,
amor de lumbre,
sueño.




EL HOMBRE

UN DIOS más fuerte lo pretende
-espada, musgo-
y la avenida de la voz anega,
asciende el agua,
llueve,
arden confines.
sólo un dios lo soporta.

Estaba bajo el nombre pronunciado,
de pie,
junto a la puerta.
Sólo un Dios pudo.

Grito
negando
cuando en confusión caemos.

Agua de fuego,
Pájaro imprevisto,
reja de hielo oscuro.

Sólo un dios nos atrapa.




TODO es un círculo en el bosque,
el ojo.
Mientras el agua disfraza fronteras con nombres inestables
y el viento mueve,
remador,
un follaje distraído,
(Tú, yo, nosotros,
dimensión de día y noche,
cinta de seda roja,
música)
Te devuelvo la infancia para todo el goce abierto.
El ala del sol,
la telaraña de la luna,
la frente-acero del aire.
Para el ojo de nuestra memoria
ojo verde,
ojo azul,
ojo plata
Espacio.




       Para ti
       que eras un niño oscuro

Como un torbellino de oro
hemos caído hasta las manos.
Sopórtame,
que vengo en la marea
sobre mis propios hombros aferrada,
en naufragio de todos y de mí.
No me pierdas
como un canto rodado en el amor
sin haberme pulido tu contacto.
Sólo los niños tienen llaves.
Mi ancianidad de espacio y de memoria
Está  royendo puertas y ventanas
y mi cara ha de ser casa del viento.
Cuando me doblo por tus ojos
completamos el mundo.
Afuera cae la lluvia en diagonales
y hay una boca abandonada
sobre el polvo reseco.




NO INAUGURO los pozos ni la arena.
Rama contra el muro,
golpeteo el invierno.

Sacudo mis señales
como la llovizna nocturna,
como un telégrafo sin sueño,
como el hombre del mar,
como una carcajada en el eco.

Olvídame,
sumérgeme.
No hay superficie tolerable.
La piel es un pez de plata
que se inmoviliza en el ojo,
una llamarada cenicienta sobre el filo del aire.

El corazón perdido entre las hojas.




SÓLO SE DIJO amor
para las criaturas y los florecidos muertos,
para los olvidados bajo el turbante de estrellas blancas.

Y el amor fue
bestias a la orilla del lago,
guirnaldas a una frente más ancha,
golpeando una sangre sin tregua y entregada,
sin atrás ni adelante,
pura humedad y sol.




TRAZO en la cara de la arena
esta melancolía de espacio
que  va royendo al empecinado.
Trazo como la ráfaga,
en espirales,
la perpetuación de la infancia y del goce.
Con un cuchillo de plata,
los ojos y los cabellos del río antiguo,
con una lámina finísima.

Y tú, alzado en tanto aire,
espejo frío, boca sin lengua, diente agudo,
hermanos de camino,
traes el canal del agua
como un costado abierto
y las hileras de álamos sin sombra.
Recupero tu nombre para darlo
porque no moras en la arena,
porque has aprendido de la noche,
agazapada y tersa.

Porque has aprendido de nosotros.

Amor,
nunca te he dicho otra palabra.




ERAS el aire de los trigos,
el aire de las velas,
de la aguda llanura.
Me trajeron tus ojos en un pañuelo
y los abandoné al viento.
¿Dónde se cierran, ajenos?

Derribo un muro de crisálidas
cuando te yergues en la luz.
Silenciosa,
te visto de lana, de lino, de luna.
No cantes, extranjero entre palomas.

Por el sur de piedra crece tu sombra
y una noche erizada te descuida.
Nosotros amamos la tierra sin flor,
la tierra sin pájaros,
el desesperado espejo de la meseta.

Vamos a arriar un bosque de latidos,
tanta sangre sin cuerpo,
tanta vara.
(A veces, procesión de nubes secas,
hay poca luz entre las ramas;
un manojo de lilas,
una fría esmeralda de savia.)

Apenas nos llamamos enemigos.




SOMOS siempre
como el viento en la orilla,
como el reverbero.

Te conjuré con hojas verdes
sobre la arena patagónica.
(Nadie te verá, extraviado,
equivocar el árbol de la noche.)

Porque en espejos te dupliques,
porque copies tu propio paso en el laberinto del día,
te modifico el rostro, la mano, la memoria;
salvo solamente tus ojos.

Amor:
ni el deseo ni el aroma.
Una aguja de pino entre las flores,
empecinado cacto.




ÉL CUENTA
gota a gota
su muchedumbre de fantasmas,
y  ha repudiado mis manos.

Solamente un día
confundió la voz con el espejo.
Su respuesta fue una ola de arena.

Aún está secando mi piel
y deslumbrando de sílice mi pelo.




EN LA EXTENSIÓN de sombra única
él se sentó a mirar una bandada
y cerca del río blanco
un sauce recogió el rocío.
(La ráfaga llevaba a veces
un aroma de sal
como el pañuelo.)

Después sólo quedó el mar
y una orilla sin sueños para olvidar los espejismos.




POR LA AMARILLA planicie
las mariposas te siguieron y una oleada de savia te confundió
                                                                                             con el árbol.
Ibas de blanco entre fantasmas distraídos.
(Por el puente te miró el agua,
por el aire la bandada.)
Te nombré el rostro
la mano
los cabellos,
del aire al aire,
el gesto.
sólo confiaste en tu enemigo.




AMOR:
qué listas son las nubes que no pasan
en el cielo aparente
y se ovillan por la noche
-separadas-
como un dios invisible que se vaporizara para dormir.

Amor:
¡qué ámbito redondo en este semisueño de raso!




LA MUJER

JARDÍN de un árbol solo,
todohierba.
Dos alcatraces y la buganvilla.
Soy una parda lagartija quieta
bajo tu sol de octubre

y siento frío.

                            (México, 1964)




ABEJORRO de oro
sobre el corazón se posa
y una gota la moja,
gota única.

Subterránea, la flor,
permanece
y no nombra.




CASI UNA NIÑA,
el collar de claros corales a la espalda,
huyes vestida de gasa, de lila, de rosa.
Llevas los ojos en los pies que no alcanzo,
los ojos en las manos escondidas,
los ojos en la cara sin huésped.
Dejas una espuma
ahilada
de trigo,
una confusión de lino
en tanto aire,
la copa de amapolas desvaídas,
el mundo de polen en vuelo.
Reclinada en la ausencia del agua,
segura entre rocas invisibles,
la almohada de sílex te espera como una concha áspera.
La niña-flor va por el aire
entre los dedos lisos de las ramas,
sin tocar el hilván de la luz,
separada,
mujer de muro mielado,
olvidada del sol,
mariposa confusa,
caléndula,
uva moscatel que el otoño mueve.




NO FUE tampoco la palabra.
Ni los árboles altos en el patio dormido.
Ni el canto de las voces sin malicia.
Ni siquiera una mano desarmada.

Era el ímpetu puro.
El puro estarse en calma.




POR LAS COLINAS hay un caer de hierbas demasiado maduras
por los valles caen los vientos demasiado pacientes,
y en los atardeceres
hay un caer de rojos fatigados.

Nuestras voces caen hacia un silencio de campanarios
sumergidos.
La redondez de nuestra pupila,
el júbilo de nuestras manos.




SI EL PENSAMIENTO atrapa las nubes,
un rincón con musgo de la infancia,
el álamo solo de la siesta mía
y aquel farol del viento.
Si pudiera hacerte un escudo
de hojas de higuera brusca.

Si aún fuera tiempo
de cavar junto al río
para filtrar un agua menos brava
y dejarla sumirse por los poros.

Si
si
si
¡Dios mío!
qué lejos se ovillan las tormentas
y ninguna descarga mi corazón.




EL GRITO era en el aire todo el viento y una rosa de sal.
(Como esa vez estábamos atentos
pudimos completar un canto extraño.)

Tu soledad fue un estandarte y una espada.
La tarde ardía para siempre. Muerta.




PLACER, largo aleteo,
como una mariposa púrpura,
desentendida y atenta.

Alas,
pero curva y pulpa.
Alas,
pero casi una mano.

La sombra color de vino
-niño sin dolo-
irradia y nombra.
Palpita fuera,
separada,
única,
pronta.
Cayó de trajes grávidos,
de cabellos húmedos,
de una manga abierta hacia su piel.

Por la ventana entra lo verde.

La mariposa late y olvida
sobre un tapiz de arena quieta.




DE ESPALDAS,
sola,
por innumerables senderos
las hojas caen sin ruido
y ella desciende una colina
hoja a hoja
              hoja a hoja
y un paso
              y luego el otro
entre los troncos.
Hacia abajo pesa su estatura y su sombra;
en cada pie soporta el cuerpo.
El cielo atrás
la empuja
hacia un valle invisible.
Ella
           solamente
                 desciende,
paso a paso, como un collar de gotas.
Por los senderos,
grávida,
su lluvia redonda estremece la tierra
y atrás de su talón se va secando la humedad,
cualquiera huella.
Corre un momento,
atrapa un mimbre alto,
pero siempre
         desciende
              paso a paso
hacia el posible valle,
contra el cielo.




EL ÁNGEL

CANTADME una canción porque un dios supo,
porque su tela era delgada en la brisa
y atrapaba mariposas tornasol
y el ángel solo del árbol verde.




HEMOS DANZADO en la esquina del farolón
una danza de colores
en torno al árbol amarillo.

Los pies supieron el ritmo antes que el cuerpo,
la noche apretó la tarde como una cereza
y en el suelo todo era ronda.

Cuando el ángel del aire alcanzó sus alas
ya habíamos llegado a la calle
en total oscuridad.




DESPIERTAS en tu cuarto
y comienzan las despedidas:
el nombre de la nube,
la huella del gato nocturno,
un agua que se veía por lo verde,
la bolsa de avellanas en el desván.

¿Quién duerme deslumbrado al pie de la montaña?

Cuando sacudes los estandartes de la memoria
hay olor de rosquillas en la cocina,
la mano se ha secado bajo el polvo
y el hermano escapó con manzanas y pájaros.
¡Si pudieras alzarte en tanto aire!

Los ángeles son infinitamente pacientes.




BAJO UN SOL de miel y brisa
cantaron ángeles de la memoria.
Contrapunto,
ojos de nube,
y cabelleras para todo desasimiento.

A la puerta estuvieron todo el día
y muchas noches sin días nuevos.
Túnicas de bruma,
desencadenaron amapolas
y ataron al muro
esa presencia de laúdes.
(Fueron rama en el suelo y testimoniaron la cadencia.)

Los ángeles iban por la cara
como mástiles,
enarbolando el resplandor.
Izados en sí mismos,
islas al sol,
barcas al sol,
velas al sol.

El azul se arrebolaba de gozo.




ROSA de un muro negro,
sombra apenas,
lluvia fina en los ojos,
eres el séquito de luces de una campana antigua.

(Arriba el verde es azul y alrededor algunas flores)

Llamas a nadie.
Pasan estandartes
y un niño ilumina y canta.

Cuando entirras tus armas,
cuando distraes tu escudo,
cuando juegas tu corazón,
ninguna sombra te sigue.

Marea lenta,
subes por la tarde entre los senos del aroma.

Si sólo la voz puebla el aire
fatigas crines oscuras y pájaros.
Libélula de plata,
la epidermis se hiela como un barco.




NAVE detenida,
alistemos la mesa,
el cuenco,
el vaso.

Una mandolina
respira.




(Selección y transcripción del libro “Pasajera del Viento” -María Florencia Milani-)