Alejandra Pizarnik
EXTRACCIÓN DE LA PIEDRA
DE LOCURA
(1968)
A mi madre
I
(1966)
CANTORA NOCTURNA
Joe, macht die Musik von damals nacht...
La que murió de su
vestido azul está cantando. Canta imbuida de muerte al sol de su ebriedad.
Adentro de su canción hay un vestido azul, hay un caballo blanco, hay un
corazón verde tatuado con los ecos de los latidos de su corazón muerto.
Expuesta a todas las perdiciones, ella canta junto a una niña extraviada que es
ella: su amuleto de la buena suerte. Y a pesar de la niebla verde en los labios
y del frío gris en los ojos, su voz corroe la distancia que se abre entre la
sed y la mano que busca el vaso. Ella canta.
A
Olga Orozco
VERTIGOS O
CONTEMPLACIÓN DE ALGO QUE TERMINA
Esta lila se
deshoja.
Desde sí
misma cae
y oculta su
antigua sombra.
He de morir
de cosas así.
LINTERNA SORDA
Los ausentes soplan y la noche es densa. La
noche tiene el color de los párpados del muerto.
Toda la noche hago la noche. Toda la noche
escribo. Palabra por palabra yo escribo la noche.
PRIVILEGIO
I
Ya perdido el nombre que me llamaba,
su rostro
rueda por mí
como el
sonido del agua en la noche,
del agua
cayendo en el agua.
Y es su sonrisa la última sobreviviente,
no mi
memoria.
II
El más hermoso
en la noche
de los que se van,
oh deseado,
es sin fin tu no volver,
sombra tú
hasta el día de los días.
CONTEMPLACIÓN
Murieron las formas despavoridas y no hubo
más un afuera y un adentro. Nadie estaba escuchando el lugar porque el lugar no
existía.
Con el propósito de escuchar están escuchando el lugar. Adentro de tu máscara relampaguea la noche. Te atraviesan con graznidos. Te martillean con pájaros negros. Colores enemigos se unen en la tragedia.
Con el propósito de escuchar están escuchando el lugar. Adentro de tu máscara relampaguea la noche. Te atraviesan con graznidos. Te martillean con pájaros negros. Colores enemigos se unen en la tragedia.
NUIT DU COEUR
Otoño en el azul de un muro: sé amparo de
las pequeñas muertas.
Cada noche, en la duración de un grito, viene una sombra nueva. A
solas danza la misteriosa autónoma.
Comparto su miedo de animal
muy joven en la primera noche de las
cacerías.
CUENTO DE INVIERNO
La luz del viento entre los pinos ¿comprendo
estos signos de tristeza incandescente?
Un ahorcado se balancea en el árbol marcado
con la cruz lila.
Hasta que logró deslizarse fuera de mi sueño
y entrar a mi cuarto, por la ventana, en complicidad con el viento de
medianoche.
EN LA OTRA MADRUGADA
Veo crecer hasta mis ojos figuras de
silencio y desesperadas. Escucho grises, densas voces en el antiguo lugar del
corazón.
DESFUNDACIÓN
Alguien quiso abrir alguna puerta. Duelen
sus manos aferradas a su prisión de huesos de mal agüero.
Toda la noche ha forcejeado con su nueva sombra. Llovió adentro de la madrugada y martillaban con lloronas.
La infancia implora desde mis noches de cripta.
La música emite colores ingenuos.
Grises pájaros en el amanecer son a la ventana cerrada lo que a mis males mi poema.
Toda la noche ha forcejeado con su nueva sombra. Llovió adentro de la madrugada y martillaban con lloronas.
La infancia implora desde mis noches de cripta.
La música emite colores ingenuos.
Grises pájaros en el amanecer son a la ventana cerrada lo que a mis males mi poema.
FIGURAS Y SILENCIOS
Manos
crispadas me confinan al exilio.
Ayúdame a no pedir ayuda.
Me quieren anochecer, me van a morir.
Ayúdame a no pedir ayuda.
Ayúdame a no pedir ayuda.
Me quieren anochecer, me van a morir.
Ayúdame a no pedir ayuda.
FRAGMENTOS PARA DOMINAR
EL SILENCIO
I
Las fuerzas del lenguaje
son las damas solitarias, desoladas, que cantan a través de mi voz que escucho
a lo lejos. Y lejos, en la negra arena, yace una niña densa de música
ancestral. ¿Dónde la verdadera muerte? He querido iluminarme a la luz de mi
falta de luz. Los ramos se mueren en la memoria. La yacente anida en mí con su
máscara de loba. La que no pudo más e imploró llamas y ardimos.
II
Cuando a la casa del
lenguaje se le vuela el tejado y las palabras no guarecen, yo hablo.
Las damas de rojo se
extraviaron dentro de sus máscaras aunque regresarán para sollozar entre
flores.
No es muda la
muerte. Escucho el canto de los enlutados sellas las hendiduras del silencio.
Escucho tu dulcísimo llanto florecer mi silencio gris.
III
La muerte ha restituido al silencio su
prestigio hechizante. Y yo no diré mi poema y yo he de decirlo. Aun si el poema
(aquí, ahora) no tiene sentido, no tiene destino.
SORTILEGIOS
Y las damas vestidas
de rojo para mi dolor y con mi dolor insumidas en mi soplo, agazapadas como
fetos de escorpiones en el lado más interno de mi nuca, las madres de rojo que
me aspiran el único calor que me doy con mi corazón que apenas pudo nunca
latir, a mí que siempre tuve que aprender sola cómo se hace para beber y comer
y respirar y a mí que nadie me enseño a llorar y nadie me enseñara ni siquiera
las grandes damas adheridas a la entretela de mi respiración con babas rojizas
y velos flotantes de sangre, mi sangre, la mía sola, la que yo me procuré y
ahora vienen a beber de mí luego de haber matado al rey que flota en el río y
mueve los ojos y sonríe pero está muerto y cuando alguien está muerto, muerto
está por más que sonría y las grandes, las trágicas damas de rojo han matado al
que se va río abajo y yo me quedo como rehén en perpetua posesión.
II
(1963)
UN SUEÑO DONDE EL
SILENCIO ES DE ORO
El
perro del invierno dentella mi sonrisa. Fue en el puente. Yo estaba desnuda y
llevaba un sombrero con flores y arrastraba mi cadáver también desnudo y con un
sombrero de hojas secas.
He tenido mucho amores -dije- pero el más
hermoso fue mi amor por los espejos.
TÊTE DE JEUNE FILLE
(ODILON REDON)
de música la
lluvia
de silencio
los años
que pasan
una noche
mi cuerpo
nunca más
podrá
recordarse.
A André Pieyre de Mandiargues
RESCATE
Y es siempre el jardín de lilas del otro
lado del río. Si el alma pregunta si queda lejos se le responderá: del otro
lado del río, no éste sino aquél.
A Octavio Paz
A Octavio Paz
ESCRITO EN EL ESCORIAL
te llamo
igual que antaño la amiga al amigo
en pequeñas canciones
miedosas del alba
igual que antaño la amiga al amigo
en pequeñas canciones
miedosas del alba
EL SOL, EL POEMA
Barcos sobre el agua natal.
Agua negra, animal de olvido. Agua lila,
única vigilia.
El misterio soleado de las voces en el
parque. Oh tan antiguo.
ESTAR
Vigilas
desde este cuarto
donde
la sombra temible es la tuya.
No
hay silencio aquí
sino
frases que evitas oír.
Signos
en los muros
narran
la bella lejanía.
(Haz
que no muera
sin
volver a verte.)
LAS PROMESAS DE LA
MÚSICA
Detrás de un muro
blanco la variedad del arco iris. La muñeca en su jaula está haciendo el otoño.
Es el despertar a las ofrendas. Un jardín recién creado, un llanto detrás de la
música. Y que suene siempre, así nadie asistirá al movimiento del nacimiento, a
la mímica de las ofrendas, al discurso de aquella que soy anudada a esta
silenciosa que también soy. Y que de mí no que demás que la alegría de quien
pidió entrar y le fue concedido. Es la música, es la muerte, lo que yo quise
decir en las noches variadas como los colores del bosque.
INMINENCIA
Y el muelle gris y las casas rojas. Y no es
aún la soledad Y los ojos ven un cuadrado negro con un círculo de música lila
en su centro Y el jardín de las delicias sólo existe fuera de los jardines Y la
soledad es no poder decirla Y el muelle gris y las casas rojas.
CONTINUIDAD
No nombrar las cosas
por sus nombres. Las cosas tienen bordes dentados, vegetación lujuriosa. Pero
quién habla en la habitación llena de ojos. Quién dentellea con una boca de
papel. Nombres que vienen, sombras con máscaras. Cúrame del vacío --dije. (La
luz se amaba en mi oscuridad. Supe que ya no había cuando me encontré diciendo:
soy yo.) Cúrame –dije.
ADIOSES DEL VERANO
Suave rumor de la maleza creciendo. Sonidos
de lo que destruye el viento. Llegan a mí como si yo fuera el corazón de lo que
existe. Quisiera estar muerta y entrar también yo en un corazón ajeno.
COMO AGUA SOBRE UNA
PIEDRA
a quien retorna en busca de su
antiguo buscar
la noche se le cierra como agua sobre
una piedra
como aire sobre un pájaro
como se cierran dos cuerpos al amarse
EN UN OTOÑO ANTIGUO
¿Cómo
se llama el nombre?
Un color como un ataúd, una transparencia que no atravesarás.
¿Y cómo es posible no saber tanto?
A Marie-Jeanne Noirot
Un color como un ataúd, una transparencia que no atravesarás.
¿Y cómo es posible no saber tanto?
A Marie-Jeanne Noirot
III
(1962)
CAMINOS DE ESPEJO
I
Y sobre todo mirar con inocencia. Como si no pasara nada, lo cual es cierto.
II
Pero a ti quiero mirarte hasta que tu rostro se aleje de mi miedo como un pájaro del borde filoso de la noche.
III
Como una niña de tiza rosada en un muro muy viejo súbitamente borrada por la lluvia.
IV
Como cuando se abre una flor y revela el corazón que no tiene.
V
Todos los gestos de mi cuerpo y de mi voz para hacer de mí la ofrenda, el ramo que abandona el viento en el umbral.
VI
Cubre la memoria de tu cara con la máscara de la que serás y asusta a la niña que fuiste.
VII
La noche de los dos se dispersó con la niebla. Es la estación de los alimentos fríos.
VIII
Y la sed, mi memoria es de la sed, yo abajo, en el fondo, en el pozo, yo bebía, recuerdo.
IX
Caer como un animal herido en el lugar que iba a ser de revelaciones.
X
Como quien no quiere la cosa. Ninguna cosa. Boca cosida. Párpados cosidos. Me olvidé. Adentro el viento. Todo cerrado y el viento adentro.
XI
Al negro sol del silencio las palabras se doraban.
XII
Pero el silencio es cierto. Por eso escribo. Estoy sola y escribo. No, no estoy sola. Hay alguien aquí que tiembla.
XIII
Aun si digo sol y luna y estrella me refiero a cosas que me suceden. ¿Y qué deseaba yo?
Deseaba un silencio perfecto.
Por eso hablo.
XIV
La noche tiene la forma de un grito de lobo.
XV
Delicia de perderse en la imagen presentida. Yo me levanté de mi cadáver, yo fui en busca de quien soy. Peregrina de mí, he ido hacia la que duerme en un país al viento.
XVI
Mi caída sin fin a mi caída sin fin en donde nadie me aguardó pues al mirar quién me aguardaba no vi otra cosa que a mí misma.
XVII
Algo caía en el silencio. Mi última palabra fue yo pero me refería al alba luminosa.
XVIII
Flores amarillas constelan un círculo de tierra azul. El agua tiembla llena de viento.
XIX
Deslumbramiento del día, pájaros amarillos en la mañana. Una mano desata tinieblas, una mano arrastra la cabellera de una ahogada que no cesa de pasar por el espejo. Volver a la memoria del cuerpo, he de volver a mis huesos en duelo, he de comprender lo que dice mi voz.
Y sobre todo mirar con inocencia. Como si no pasara nada, lo cual es cierto.
II
Pero a ti quiero mirarte hasta que tu rostro se aleje de mi miedo como un pájaro del borde filoso de la noche.
III
Como una niña de tiza rosada en un muro muy viejo súbitamente borrada por la lluvia.
IV
Como cuando se abre una flor y revela el corazón que no tiene.
V
Todos los gestos de mi cuerpo y de mi voz para hacer de mí la ofrenda, el ramo que abandona el viento en el umbral.
VI
Cubre la memoria de tu cara con la máscara de la que serás y asusta a la niña que fuiste.
VII
La noche de los dos se dispersó con la niebla. Es la estación de los alimentos fríos.
VIII
Y la sed, mi memoria es de la sed, yo abajo, en el fondo, en el pozo, yo bebía, recuerdo.
IX
Caer como un animal herido en el lugar que iba a ser de revelaciones.
X
Como quien no quiere la cosa. Ninguna cosa. Boca cosida. Párpados cosidos. Me olvidé. Adentro el viento. Todo cerrado y el viento adentro.
XI
Al negro sol del silencio las palabras se doraban.
XII
Pero el silencio es cierto. Por eso escribo. Estoy sola y escribo. No, no estoy sola. Hay alguien aquí que tiembla.
XIII
Aun si digo sol y luna y estrella me refiero a cosas que me suceden. ¿Y qué deseaba yo?
Deseaba un silencio perfecto.
Por eso hablo.
XIV
La noche tiene la forma de un grito de lobo.
XV
Delicia de perderse en la imagen presentida. Yo me levanté de mi cadáver, yo fui en busca de quien soy. Peregrina de mí, he ido hacia la que duerme en un país al viento.
XVI
Mi caída sin fin a mi caída sin fin en donde nadie me aguardó pues al mirar quién me aguardaba no vi otra cosa que a mí misma.
XVII
Algo caía en el silencio. Mi última palabra fue yo pero me refería al alba luminosa.
XVIII
Flores amarillas constelan un círculo de tierra azul. El agua tiembla llena de viento.
XIX
Deslumbramiento del día, pájaros amarillos en la mañana. Una mano desata tinieblas, una mano arrastra la cabellera de una ahogada que no cesa de pasar por el espejo. Volver a la memoria del cuerpo, he de volver a mis huesos en duelo, he de comprender lo que dice mi voz.
IV
(1964)
EXTRACCIÓN DE LA PIEDRA
DE LA LOCURA
Elles, les âmes (...), sont malades et elles souffrent et
nul ne leur
porte remède; elles sont blessées et brisés et
nul ne les panse.
Ruysbroeck
La luz mala se ha
avecinado y nada es cierto. Y si pienso en todo lo que leí acerca del
espíritu... Cerré los ojos, vi cuerpos luminosos que giraban en la niebla, en
el lugar de las ambiguas vecindades. No temas, nada te sobrevendrá, ya no hay
violadores de tumbas. El silencio, el silencio siempre, las monedas de oro del
sueño.
Hablo como en mí se habla. No mi voz
obstinada en parecer una voz humana sino la otra que atestigua que no he cesado
de morar en el bosque.
Si vieras a la que
sin ti duerme en un jardín en ruinas en la memoria. Allí yo, ebria de mil
muertes, hablo de mí conmigo sólo por saber si es verdad que estoy debajo de la
hierba. No sé los nombres. ¿A quién le dirás que no sabes? Te deseas otra. La
otra que eres se desea otra. ¿Qué pasa en la verde alameda? Pasa que no es
verde y ni siquiera hay una alameda. Y ahora juegas a ser esclava para ocultar
tu corona ¿otorgada por quién?, ¿quién te a ungido?, ¿quién te ha consagrado? El
invisible pueblo de la memoria más vieja. Perdida por propio designio, has
renunciado a tu reino por las cenizas. Quien te hace doler te recuerda antiguos
homenajes. No obstante, lloras funestamente y evocas tu locura y hasta
quisieras extraerla de ti como si fuese una piedra, a ella, tu solo privilegio.
En un muro blanco dibujas las alegorías del reposo, y es siempre una reina loca
que yace bajo la luna sobre la triste hierba del viejo jardín. Pero no hables
de los jardines, no hables de la luna, no hables de la rosa, no hables del mar.
Habla de lo que sabes. Habla de lo que vibra en tu médula y hace luces y
sombras en tu mirada, habla del dolor incesante de tus huesos, habla del
vértigo, habla de tu respiración, de tu desolación, de tu traición. Es tan oscuro,
tan en silencio el proceso a que me obligo. Oh habla del silencio.
De repente poseída
por un funesto presentimiento de un viento negro que impide respirar, busqué el
recuerdo de alguna alegría que me sirviera de escudo, o de arma de defensa, o
aun de ataque. Parecía el Eclesiastés: busqué en todas mis memorias y nada,
nada debajo de la aurora de dedos negros. Mi oficio (también en el sueño lo
ejerzo) es conjurar y exorcizar. ¿A qué hora empezó la desgracia? No quiero
saber. No quiero más que un silencio para mí y las que fui, un silencio como la
pequeña choza que encuentran en el bosque los niños perdidos. Y qué sé yo qué
ha de ser mí si nada rima con nada.
Te despeñas. Es el sinfín desesperante,
igual y no obstante contrario a la noche de los cuerpos donde apenas un
manantial cesa aparece otro que reanuda el fin de las aguas.
Sin
el perdón de las aguas no puedo vivir. Sin el mármol final del cielo no puedo
morir.
En ti es de noche. Pronto asistirás al
animoso encabritarse del animal que eres. Corazón de la noche, habla.
Haberse muerto en quien se era y en quien se
amaba, haberse y no haberse dado vuelta como un cielo tormentoso y celeste al
mismo tiempo.
Hubiese querido más que esto y a la vez
nada.
Va y viene
diciéndose solo en solitario vaivén. Un perderse gota a gota el sentido de los
días. Señuelos de conceptos. Trampas de vocales. La razón me muestra la salida
del escenario donde levantaron una iglesia bajo la lluvia: la mujer-loba
deposita a su vástago en el umbral y huye. Hay una luz tristísima de cirios
acechados por un soplo maligno. Llora la niña loba. Ningún dormido la oye.
Todas las pestes y las plagas para los que duermen en paz.
Esta voz ávida venida
de antiguos plañidos. Ingenuamente existes, te disfrazas de pequeña asesina, te
das miedo frente al espejo. Hundirme en la tierra y que la tierra se cierre
sobre mí. Éxtasis innoble. Tú sabes que te han humillado hasta cuando te
mostraban el sol. Tú sabes que nunca sabrás defenderte, que sólo deseas
presentarles el trofeo, quiero decir tu cadáver, y que se lo coman y se lo
beban.
Las moradas del consuelo, la consagración de
la inocencia, la alegría inadjetivable del cuerpo.
Si de pronto una
pintura se anima y el niño florentino que miras ardientemente extiende una mano
y te invita a permanecer a su lado en la terrible dicha de ser un objeto a
mirar y admirar. No (dije), para ser dos hay que ser distintos. Yo estoy fuera
del marco pero el modo de ofenderse es el mismo.
Briznas, muñecos sin
cabeza, yo me llamo, yo me llamo toda la noche. Y en mi sueño un carromato de
circo lleno de corsarios muertos en sus ataúdes. Un momento antes, con
bellísimos atavíos y parches negros en el ojo, los capitanes saltaban de un
bergantín a otro como olas, hermosos como soles.
De manera que soñé
capitanes y ataúdes de colores deliciosos y ahora que tengo miedo a causa de
todas las cosas que guardo, no un cofre de piratas, no un tesoro bien
enterrado, sino cuantas cosas en movimiento, cuantas pequeñas figuras azules y
doradas gesticulan y danzan (pero decir no dicen), y luego está el espacio
negro - déjate caer, déjate caer-, umbral de la más alta inocencia o tal vez
tan sólo de la locura. Comprendo mi miedo a una rebelión de las pequeñas
figuras azules y doradas. Alma partida, alma compartida, he vagado y errado
tanto para fundar uniones con el niño pintado en tanto que objeto a contemplar,
y no obstante, luego de analizar los colores y las formas, me encontré haciendo
el amor con un muchacho viviente en el mismo momento que el del cuadro se
desnudaba y me poseía detrás de mis párpados cerrados.
Sonríe y yo soy una
minúscula marioneta rosa con un paraguas celeste yo entro por su sonrisa yo
hago mi casita en su lengua yo habito en la palma de su mano cierra sus dedos
un polvo dorado un poco de sangre adiós oh adiós.
Como una voz no
lejos de la noche arde el fuego más exacto. Sin piel ni huesos andan los
animales por el bosque hecho cenizas. Una vez el canto de un solo pájaro te
había aproximado al calor más agudo. Mares y diademas, mares y serpientes. Por
favor, mira cómo la pequeña calavera de perro suspendida del cielo raso pintado
de azul se balancea con hojas secas que tiemblan en torno a ella. Grietas y
agujeros en mi persona escapada de un incendio. Escribir es buscar en el
tumulto de los quemados el hueso del brazo que corresponda al hueso de la
pierna. Miserable mixtura. Yo restauro, yo reconstruyo, yo ando así de rodeada
de muerte. Y es sin gracia, sin aureola, sin tregua. Y esa voz, esa elegía a
una causa primera: un grito, un soplo, un respirar entre dioses. Yo relato mi
víspera. ¿Y qué puedes tú? sales de tu guarida y no entiendes. Vuelves a ella y
ya no importa entender o no. Vuelves a salir y no entiendes. No hay por donde
respirar y tú hablas del soplo de los dioses.
No me hables del sol
porque me moriría. Llévame como a una princesita ciega, como cuando lenta y
cuidadosamente se hace el otoño en un jardín.
Vendrás a mí con tu voz apenas coloreada por
un acento que me hará evocar una puerta abierta, con la sombra de un pájaro de
bello nombre, con lo que esa sombra deja en la memoria, con lo que permanece
cuando avientan las cenizas de una joven muerta, con los trazos que duran en la
hoja después de haber borrado un dibujo que representaba una casa, un árbol, el
sol y un animal.
Si no vino es porque
no vino. Es como hacer el otoño. Nada esperabas de su venida. Todo lo
esperabas. Vida de tu sombra ¿qué quieres? Un transcurrir de fiesta delirante,
un lenguaje sin límites, un naufragio en tus propias aguas, oh avara.
Cada hora, cada día,
yo quisiera no tener que hablar. Figuras de cera los otros y sobre todo yo, que
soy más otra que ellos. Nada pretendo en este poema si no es desanudar mi
garganta.
Rápido, tu voz más
oculta. Se transmuta, te transmite. Tanto que hacer y yo me deshago. Te
excomulgan de ti. Sufro, luego no sé. En el sueño el rey moría de amor por mí.
Aquí, pequeña mendiga, te inmunizan. (Y aún tienes cara de niña; varios años
más y no le caerás en gracia ni a los perros.)
mi cuerpo se abría al conocimiento de
mi estar
y de mi ser confusos y difusos
mi cuerpo vibraba y respiraba
según un canto ahora olvidado
yo no era aún la fugitiva de la
música
yo no sabía el lugar del tiempo
y el tiempo del lugar
en el amor yo me abría
y ritmaba los viejos gestos de la
amante
heredera de la visión
de un jardín prohibido
La que soñó, la que fue soñada. Paisajes
prodigiosos para la infancia más fiel. A falta de eso -que no es mucho-, la voz
que injuria tiene razón.
La tenebrosa luminosidad de los sueños
ahogados. Agua dolorosa.
El sueño demasiado
tarde, los caballos blancos demasiado tarde, el haberme ido con una melodía
demasiado tarde. La melodía pulsaba mi corazón y yo lloré la pérdida de mi
único bien, alguien me vio llorando en el sueño y yo expliqué (dentro de lo
posible), palabras buenas y seguras (dentro de lo posible). Me adueñé de mi
persona, la arranqué del hermoso delirio, la anonadé a fin de serenar el terror
que alguien tenía a que me muriera en su casa.
¿Y yo? ¿A cuántos he salvado yo?
El haberme prosternado ante el sufrimiento
de los demás, el haberme acallado en honor de los demás.
Retrocedía mi roja
violencia elemental. El sexo a flor de corazón, la vía del éxtasis entre las piernas.
Mi violencia de vientos rojos y de vientos negros. Las verdaderas fiestas
tienen lugar en el cuerpo y en los sueños.
Puertas del corazón, pero apaleado, veo un
templo, tiemblo, ¿que pasa? No pasa. Yo presentía una escritura total. El
animal palpitaba en mis brazos con rumores de órganos vivos, calor, corazón,
respiración, todo musical y silencioso al mismo tiempo. ¿Qué significa
traducirse en palabras? Y los proyectos de perfección a largo plazo; medir cada
día la probable elevación de mi espíritu, la desaparición de mis faltas
gramaticales. Mi sueño es un sueño sin alternativas y quiero morir al pie de la
letra del lugar común que asegura que morir es soñar. La luz, el vino
prohibido, los vértigos, ¿para quién escribes? Ruinas de un templo olvidado. Si
celebrar fuera posible.
Visión enlutada,
desgarrada, de un jardín con estatuas rotas. Al filo de la madrugada los huesos
te dolían. Tú te desgarras. Te los prevengo y te lo previne. Tú te desarmas. Te
lo digo, te lo dije. Tú te desnudas. Te desposees. Te desunes. Te lo predije. De
pronto se deshizo: ningún nacimiento. Te llevas, te sobrellevas. Solamente tú
sabes de este ritmo quebrantado. Ahora tus despojos, recogerlos uno a uno, gran
hastío, en dónde dejarlos. De haberla tenido cerca, hubiese vendido mi alma a
cambio de invisibilizarme. Ebria de mí, de la música, de los poemas, por qué no
dije del agujero de ausencia. En un himno harapiento rodaba el llanto por mi
cara. ¿Y por qué no dicen algo? ¿Y para qué este gran silencio?
LOS SUEÑOS DE LA MUERTE
O EL LUGAR DE LOS CUERPOS POÉTICOS
Esta noche, dijo, desde
el ocaso, me cubrían con una
mortaja negra en un lecho de cedro.
Me
escanciaban vino azul mezclado con amargura.
EL CANTAR DE LAS HUESTES DE ÍGOR
Toda la noche escucho el llamamiento de la
muerte, toda la noche escucho el canto de la muerte junto al río, toda la noche
escucho la voz de la muerte que me llama.
Y tantos sueños unidos, tantas posesiones,
tantas inmersiones, en mis posesiones de pequeña difunta en un jardín de ruinas
y de lilas. Junto al río la muerte me llama. Desoladamente desgarrada en el
corazón escucho el canto de la más pura alegría.
Y es verdad que he despertado en el lugar
del amor porque al oír su canto dije: es el lugar del amor. Y es verdad que he
despertado en el lugar del amor porque con una sonrisa de duelo yo oí su canto
y me dije: es el lugar del amor (pero tembloroso pero fosforescente).
Y las danzas mecánicas de los muñecos
antiguos y las desdichas heredadas y el agua veloz en círculos, por favor, no
sientas miedo de decirlo: el agua veloz en círculos fugacísimos mientras en la
orilla el gesto detenido de los brazos detenidos en un llamamiento al abrazo,
en la nostalgia más pura, en el río, en la niebla, en el sol debilísimo
filtrándose a través de la niebla.
Más desde adentro: el objeto sin nombre que
nace y se pulveriza en el lugar en que el silencio pesa como barras de oro y el
tiempo es un viento afilado que atraviesa una grieta y es esa su sola
declaración. Hablo del lugar en que se hacen los cuerpos poéticos –como un
cesta llena de cadáveres de niñas. Y es en ese lugar donde la muerte está
sentada, viste un traje muy antiguo y pulsa un arpa en la orilla el río
lúgubre, la muerte en un vestido rojo, la bella, la funesta, la espectral, la
que toda la noche pulsó un arpa hasta que me adormecí dentro del sueño.
¿Qué hubo en el fondo del río? ¿Qué paisajes
se hacían y deshacían detrás del paisaje en cuyo centro había un cuadro donde
estaba pintada un bella dama que tañe un laúd y canta junto a un río? Detrás, a
pocos pasos, veía el escenario de cenizas donde representé mi nacimiento. El
nacer, que es un acto lúgubre, me causaba gracia. El humor corroía los bordes
reales de mi cuerpo de modo que pronto fui una figura fosforescente: el iris de
un ojo lila tornasolado; una centelleante niña de papel plateado a medias
ahogada dentro de un vaso de vino azul. Sin luz ni guía avanzaba por el camino de
las metamorfosis. Un mundo subterráneo de criaturas de formas no acabadas, un
lugar de gestación, un vivero de brazos, de troncos, de caras, y las manos de
los muñecos suspendidas como hojas de los fríos árboles filosos aleteaban y
resonaban movidas por el viento, y los troncos sin cabeza vestidos de colores
tan alegres danzaban rondas infantiles junto a un ataúd lleno de cabezas de
locos que aullaban como lobos, y mi cabeza, de súbito, parece querer salirse
ahora por mi útero como si los cuerpos poéticos forcejearan por irrumpir en la
realidad, nacer a ella, y hay alguien en mi garganta, alguien que se estuvo
gestando en soledad, y yo, no acabada, ardiente por nacer, me abro, se me abre,
va a venir, voy a venir. El cuerpo poético, el heredado, el no filtrado por el
sol de la lúgubre mañana, un grito, una llamada, una llamarada, un llamamiento.
Sí. Quiero ver el fondo del río, quiero ver si aquello se abre, si irrumpe y
florece del lado de aquí, y vendrá o no vendrá pero siento que está
forcejeando, y quizás y tal vez solamente la muerte.
La muerte es una palabra.
La palabra es una cosa, la muerte es una
cosa, es un cuerpo poético que alienta en el lugar de mi nacimiento.
Nunca de este modo lograrás circundarlo.
Habla, pero sobre el escenario de cenizas; habla, pero desde el fondo del río
donde está la muerte cantando. Y la muerte es ella, me lo dijo el sueño, me lo
dijo la canción de la reina. La muerte de cabellos del color del cuervo,
vestida de rojo, blandiendo en sus manos funestas un laúd y huesos de pájaro
para golpear en mi tumba, se alejó cantando y contemplada de atrás parecía una
vieja mendiga y los niños le arrojaban piedras.
Cantaba en la mañana de niebla apenas
filtrada por el sol, la mañana del nacimiento, y yo caminaría con una antorcha
en la mano por todos los desiertos de este mundo y aún muerta te seguiría
buscando, amor mío perdido, y el canto de la muerte se desplegó en el término
de una sola mañana, y cantaba, y cantaba.
También cantó en la vieja taberna cercana
del puerto. Había un payaso adolescente y yo le dije que en mis poemas la
muerte era mi amante y amante era la muerte y él dijo: tus poemas dicen la
justa verdad. Yo tenía dieciséis años y no tenía otro remedio que buscar el
amor absoluto. Y fue en la taberna del puerto que cantó la canción.
Escribo con los ojos cerrados, escribo con
los ojos abiertos: que se desmorone el muro, que se vuelva río el muro.
La muerte azul, la muerte verde, la muerte
roja, la muerte lila, en las visiones del nacimiento.
El traje azul y plata fosforescente de la
plañidera en la noche medieval de toda muerte mía.
La muerte está cantando junto al río.
Y fue en la taberna del puerto que cantó la
canción de la muerte.
Me voy a morir, me dijo, me voy a morir.
Al alba venid,
buen amigo, al alba venid.
Nos hemos reconocido, nos hemos
desaparecido, amigo el que yo más quería.
Yo, asistiendo a mi nacimiento. Yo, a mi
muerte.
Y yo caminaría por todos los desiertos de
este mundo y aún muerta te seguiría buscando, a ti, que fuiste el lugar del
amor.
NOCHE COMPARTIDA EN EL RECUERDO DE LA
HUIDA
Golpes en la tumba.
Al filo de las palabras golpes en la tumba. Quién vive, dije. Yo dije quién
vive. Y hasta cuándo esta intromisión de lo externo de lo interno, o de lo menos
interno de lo interno, que se va tejiendo como un manto de arpillera sobre mi
pobreza indecible. No fue el sueño, no fue la vigilia, no fue el crimen, no fue
el nacimiento: solamente el golpear como un pesado cuchillo sobre la tumba de
mi amigo. Y lo absurdo de mi costado derecho, lo absurdo de un sauce inclinado
hacia la derecha sobre un río, mi brazo derecho, mi hombro derecho, mi oreja
derecha, mi desposesión. Desviarme hacia mi muchacha izquierda ---manchas
azules en mi palma izquierda, misteriosas manchas azules---, mi zona de
silencio virgen, mi lugar de reposo en donde me estoy esperando. No aún es
demasiado desconocida, aún no sé reconocer estos sonidos nuevos que están
iniciando un canto de queja diferente del mío que es un canto de quemada, que
es un canto de niña perdida en una silenciosa ciudad en ruinas.
¿Y cuántos centenares de años hace que estoy
muerta y te amo?
Escucho mis voces, los coros de los muertos.
Atrapada entre las rocas: empotrada en la hendidura de una roca. No soy yo la
hablante: es el viento que me hace aletear para que yo crea que estos cánticos
del azar que se formulan por obra del movimiento son palabras venidas de mí.
Y esto fue cuando empecé a morirme, cuando
golpearon en los cimientos y me recordé.
Suenan las trompetas de la muerte. El
cortejo de muñecas de corazones de espejo con mis ojos azul---verdes reflejados
en cada uno de los corazones . Imitas viejos gestos heredados. Las damas de
antaño cantaban entre muros leprosos, escuchaban trompetas de la muerte, miraban
desfilar ---ellas, las imaginadas--- un cortejo imaginario de muñecas con
corazones de espejo y en cada corazón mis ojos de pájara de papel dorado
embestida por el viento. La imaginada pajarita cree cantar; en verdad sólo
murmura como un sauce inclinado sobre el río.
Muñequita de papel, yo la recorté en papel
celeste, verde, rojo, y se quedó en el suelo, en el máximo de la carencia de
relieves y de dimensiones. En medio del camino te incrustaron, figurita errante, estás en el medio del camino y nadie te distingue pues no te
diferencias del suelo aun si a veces gritas, pero hay tantas cosas que gritan
en un camino ¿por qué irían a ver qué significa esa mancha verde, celeste,
roja?
Si fuertemente, a sangre y fuego, se graban
mis imágenes, sin sonidos, sin colores, ni siquiera lo blanco. Si se
intensifica el rastro de los animales nocturnos en las inscripciones de mis
huesos. Si me afinco en el lugar del recuerdo como una criatura se atiene a la
saliente de una montaña y al más pequeño movimiento hecho de olvido cae
---hablo de lo irremediable, pido lo irremediable---, el cuerpo desatado y los
huesos desparramados en el silencio de la nieve traidora. Proyectada hacia el
regreso, cúbreme con una mortaja lila. Y luego cántame una canción de una
ternura sin precedentes, una canción que no diga de la vida ni de la muerte
sino de gestos levísimos como el más imperceptible ademán de aquiescencia , una
canción que sea menos que una canción, una canción como un dibujo que
representa una pequeña casa debajo de un sol al que le faltan algunos rayos;
allí ha de poder vivir la muñequita de papel verde, celeste y rojo; allí se ha
de poder erguir y tal vez andar en su casita dibujada sobre una página en
blanco.
(TRANSCRIPCIÓN: María Florencia Milani)