LA MONEDA DE HIERRO.
-1976-
(Selección)
PRÓLOGO.
Bien cumplidos
los setenta años que aconseja el Espíritu, un escritor, por torpe que sea, ya
sabe ciertas cosas. La primera, sus límites. Sabe con razonable esperanza lo
que puede intentar y lo cual sin duda es más importante lo que le
está vedado. Esta comprobación, tal vez melancólica, se aplica a las
generaciones y al hombre. Creo que nuestro tiempo es incapaz de la oda
pindárica o de la penosa novela histórica o de los alegatos en verso; creo,
acaso con análoga ingenuidad, que no hemos acabado de explorar las
posibilidades indefinidas del proteico soneto o de las estrofas libres de
Whitman. Creo, asimismo, que la estética abstracta es una vanidosa ilusión o un
agradable tema para las largas noches del cenáculo o una fuente de estímulos y
de trabas. Si fuera una, el arte sería uno. Ciertamente no lo es; gozamos con
una pareja fruición de Hugo y de Virgilio, de Robert Browning y de Swinburne,
de los escandinavos y de los persas. La música de hierro del sajón no nos place
menos que las delicadezas morosas del simbolismo. Cada sujeto, por ocasional o
tenue que sea, nos impone una estética peculiar. Cada palabra, aunque esté
cargada de siglos, inicia una página en blanco y compromete el porvenir.
En cuanto a
mí... Sé que este libro misceláneo que el azar fue dejándome a lo largo de
1976, en el yermo universitario de East Lansing y en mi recobrado país, no
valdrá mucho más ni mucho menos que los anteriores volúmenes. Este módico
vaticinio, que nada nos cuesta admitir, me depara una suerte de impunidad.
Puedo consentirme algunos caprichos, ya que no me juzgarán por el texto sino
por la imagen indefinida pero suficientemente precisa que se tiene de mí. Puedo
transcribir las vagas palabras que oí en un sueño y denominarlas Ein Traum.
Puedo reescribir y acaso malear un soneto sobre Spinoza. Puedo tratar de
aligerar, mudando el acento prosódico, el endecasílabo castellano. Puedo, en
fin, entregarme al culto de los mayores y a ese otro culto que ilumina mi
ocaso: la germanística de Inglaterra y de Islandia.
No en vano fui
engendrado en 1899. Mis hábitos regresan a aquel siglo y al anterior y he
procurado no olvidar mis remotas y ya desdibujadas humanidades. El prólogo
tolera la confidencia: he sido un vacilante conversador y un buen auditor. No
olvidaré los diálogos de mi padre, de Macedonio Fernández, de Alfonso Reyes y
de Rafael Cansinos Assens. Me sé del todo indigno de opinar en materia
política, pero tal vez me sea perdonado añadir que descreo de la democracia,
ese curioso abuso de la estadística.
Buenos
Aires, 27 de julio de 1976.
ELEGÍA DEL RECUERDO IMPOSIBLE.
Qué no daría yo por la memoria
de una calle de tierra con tapias bajas
y de un alto jinete llenando el alba
(largo y raído el poncho)
en uno de los días de la llanura,
en un día sin fecha.
Qué no daría yo por la memoria
de mi madre mirando la mañana
en la estancia de Santa Irene,
sin saber que su nombre iba a ser Borges.
Qué no daría yo por la memoria
de haber combatido en Cepeda
y de haber visto a Estanislao del Campo
saludando la primer bala
con la alegría del coraje.
Qué no daría yo por la memoria
de un portón de quinta secreta
que mi padre empujaba cada noche
antes de perderse en el sueño
y que empujó por última vez
el 14 de febrero del 38.
Qué no daría yo por la memoria
de las barcas de Hengist,
zarpando de la arena de Dinamarca
para debelar una isla
que aún no era Inglaterra.
Qué no daría yo por la memoria
(la tuve y la he perdido)
de una tela de oro de Turner,
vasta como la música.
Qué no daría yo por la memoria
de haber oído a Sócrates
que, en la tarde la cicuta,
examinó serenamente el problema
de la inmortalidad,
alternando los mitos y las razones
mientras la muerte azul iba subiendo
desde los pies ya fríos.
Qué no daría yo por la memoria
de que me hubieras dicho que me querías
y de no haber dormido hasta la aurora,
desgarrado y feliz.
de una calle de tierra con tapias bajas
y de un alto jinete llenando el alba
(largo y raído el poncho)
en uno de los días de la llanura,
en un día sin fecha.
Qué no daría yo por la memoria
de mi madre mirando la mañana
en la estancia de Santa Irene,
sin saber que su nombre iba a ser Borges.
Qué no daría yo por la memoria
de haber combatido en Cepeda
y de haber visto a Estanislao del Campo
saludando la primer bala
con la alegría del coraje.
Qué no daría yo por la memoria
de un portón de quinta secreta
que mi padre empujaba cada noche
antes de perderse en el sueño
y que empujó por última vez
el 14 de febrero del 38.
Qué no daría yo por la memoria
de las barcas de Hengist,
zarpando de la arena de Dinamarca
para debelar una isla
que aún no era Inglaterra.
Qué no daría yo por la memoria
(la tuve y la he perdido)
de una tela de oro de Turner,
vasta como la música.
Qué no daría yo por la memoria
de haber oído a Sócrates
que, en la tarde la cicuta,
examinó serenamente el problema
de la inmortalidad,
alternando los mitos y las razones
mientras la muerte azul iba subiendo
desde los pies ya fríos.
Qué no daría yo por la memoria
de que me hubieras dicho que me querías
y de no haber dormido hasta la aurora,
desgarrado y feliz.
UNA LLAVE EN EAST LANSING.
Soy una pieza de limado acero.
Mi borde irregular no es arbitrario.
Duermo mi vago acero en un armario
que no veo, sujeta a mi llavero.
Hay una cerradura que me espera,
una sola. La puerta es de forjado
hierro y firme cristal. Del otro lado
está la casa, oculta y verdadera.
Altos en la penumbra los desiertos
espejos ven las noches y los días
y las fotografías de los muertos
y el tenue ayer de las fotografías.
Alguna vez empujaré la dura
puerta y haré girar la cerradura.
Mi borde irregular no es arbitrario.
Duermo mi vago acero en un armario
que no veo, sujeta a mi llavero.
Hay una cerradura que me espera,
una sola. La puerta es de forjado
hierro y firme cristal. Del otro lado
está la casa, oculta y verdadera.
Altos en la penumbra los desiertos
espejos ven las noches y los días
y las fotografías de los muertos
y el tenue ayer de las fotografías.
Alguna vez empujaré la dura
puerta y haré girar la cerradura.
EL INGENUO.
Cada aurora (nos dicen) maquina maravillas
capaces de torcer la más terca fortuna;
hay pisadas humanas que han medido la luna
y el insomnio devasta los años y las millas.
En el azul acechan públicas pesadillas
que entenebran el día. No hay en el orbe una
cosa que no sea otra, o contraria, o ninguna.
A mí sólo me inquietan las sorpresas sencillas.
Me asombra que una llave pueda abrir una puerta,
me asombra que mi mano sea una cosa cierta,
me asombra que del griego la eleática saeta
instantánea no alcance la inalcanzable meta,
me asombra que la espada cruel pueda ser hermosa,
y que la rosa tenga el olor de la rosa.
capaces de torcer la más terca fortuna;
hay pisadas humanas que han medido la luna
y el insomnio devasta los años y las millas.
En el azul acechan públicas pesadillas
que entenebran el día. No hay en el orbe una
cosa que no sea otra, o contraria, o ninguna.
A mí sólo me inquietan las sorpresas sencillas.
Me asombra que una llave pueda abrir una puerta,
me asombra que mi mano sea una cosa cierta,
me asombra que del griego la eleática saeta
instantánea no alcance la inalcanzable meta,
me asombra que la espada cruel pueda ser hermosa,
y que la rosa tenga el olor de la rosa.
LA LUNA.
A María Kodama
Hay tanta soledad en ese oro.
La luna de las noches no es la luna
que vio el primer Adán. Los largos siglos
de la vigilia humana la han colmado
de antiguo llanto. Mírala. Es tu espejo.
La luna de las noches no es la luna
que vio el primer Adán. Los largos siglos
de la vigilia humana la han colmado
de antiguo llanto. Mírala. Es tu espejo.
EL REMORDIMIENTO.
He
cometido el peor de los pecados
que un hombre puede cometer. No he sido
feliz. Que los glaciares del olvido
me arrastren y me pierdan, despiadados.
que un hombre puede cometer. No he sido
feliz. Que los glaciares del olvido
me arrastren y me pierdan, despiadados.
Mis
padres me engendraron para el juego
arriesgado y hermoso de la vida,
para la tierra, el agua, el aire, el fuego.
Los defraudé. No fui feliz. Cumplida
arriesgado y hermoso de la vida,
para la tierra, el agua, el aire, el fuego.
Los defraudé. No fui feliz. Cumplida
no
fue su joven voluntad. Mi mente
se aplicó a las simétricas porfías
del arte, que entreteje naderías.
se aplicó a las simétricas porfías
del arte, que entreteje naderías.
Me
legaron valor. No fui valiente.
No me abandona. Siempre está a mi lado
La sombra de haber sido un desdichado.
No me abandona. Siempre está a mi lado
La sombra de haber sido un desdichado.
BARUCH SPINOZA.
Bruma
de oro, el Occidente alumbra
la ventana. El asiduo manuscrito
aguarda, ya cargado de infinito.
Alguien construye a Dios en la penumbra.
la ventana. El asiduo manuscrito
aguarda, ya cargado de infinito.
Alguien construye a Dios en la penumbra.
Un
hombre engendra Dios. Es un judío
de tristes ojos y de piel cetrina;
lo lleva el tiempo como lleva el río
una hoja en el agua que declina.
No importa. El hechicero insiste y labra
a Dios con geometría delicada,
desde su enfermedad, desde su nada,
sigue erigiendo a Dios con la palabra.
El más pródigo amor le fue otorgado,
el amor que no espera ser amado.
de tristes ojos y de piel cetrina;
lo lleva el tiempo como lleva el río
una hoja en el agua que declina.
No importa. El hechicero insiste y labra
a Dios con geometría delicada,
desde su enfermedad, desde su nada,
sigue erigiendo a Dios con la palabra.
El más pródigo amor le fue otorgado,
el amor que no espera ser amado.
PARA UNA VERSIÓN DEL I KING.
El porvenir es tan irrevocable
como el rígido ayer. No hay una cosa
que no sea una letra silenciosa
de la eterna escritura indescifrable
cuyo libro es el tiempo. Quien se aleja
de su casa ya ha vuelto. Nuestra vida
es la senda futura y recorrida.
Nada nos dice adiós. Nada nos deja.
No te rindas. La ergástula es oscura,
la firme trama es de incesante hierro,
pero en algún recodo de tu encierro
puede haber un descuido, una hendidura.
El camino es fatal como la flecha
pero en las grietas está Dios, que acecha.
como el rígido ayer. No hay una cosa
que no sea una letra silenciosa
de la eterna escritura indescifrable
cuyo libro es el tiempo. Quien se aleja
de su casa ya ha vuelto. Nuestra vida
es la senda futura y recorrida.
Nada nos dice adiós. Nada nos deja.
No te rindas. La ergástula es oscura,
la firme trama es de incesante hierro,
pero en algún recodo de tu encierro
puede haber un descuido, una hendidura.
El camino es fatal como la flecha
pero en las grietas está Dios, que acecha.
EIN TRAUM*.
Lo sabían los tres.
Ella era la compañera de Kafka.
Kafka lo había soñado.
Lo sabían los tres.
Él era el amigo de Kafka.
Kafka lo había soñado.
Lo sabían los tres.
La mujer le dijo al amigo:
Quiero que esta noche me quieras.
Lo sabían los tres.
El hombre contestó: Si pecamos,
Kafka dejará de soñarnos.
Uno lo supo.
No había nadie más en la tierra.
Kafka se dijo:
Ahora que se fueron los dos, he quedado solo.
Dejaré de soñarme.
Ella era la compañera de Kafka.
Kafka lo había soñado.
Lo sabían los tres.
Él era el amigo de Kafka.
Kafka lo había soñado.
Lo sabían los tres.
La mujer le dijo al amigo:
Quiero que esta noche me quieras.
Lo sabían los tres.
El hombre contestó: Si pecamos,
Kafka dejará de soñarnos.
Uno lo supo.
No había nadie más en la tierra.
Kafka se dijo:
Ahora que se fueron los dos, he quedado solo.
Dejaré de soñarme.
HERÁCLITO.
Heráclito
camina por la tarde
De
Éfeso. La tarde lo ha dejado,
Sin
que su voluntad lo decidiera,
En
la margen de un río silencioso
Cuyo
destino y cuyo nombre ignora.
Hay
un Jano de piedra y unos álamos
Se
mira en el espejo fugitivo
Y
descubre y trabaja la sentencia
Que
las generaciones de los hombres
No
dejarán caer. Su voz declara:
Nadie
baja dos veces a las aguas
Del
mismo río. Se detiene. Siente
Con
el asombro de un horror sagrado
Que
él también es un río y una fuga.
Quiere
recuperar esa mañana
Y
su noche y la víspera. No puede.
Repite
la sentencia. La ve impresa
En
futuros y claros caracteres
En
una de las páginas de Burnet.
Heráclito
no sabe griego. Jano,
Dios
de las puertas, es un dios latino.
Heráclito
no tiene ayer ni ahora.
Es
un mero artificio que ha soñado
Un
hombre gris a orillas del Red Cedar,
Un
hombre que entreteje endecasílabos
Para
no pensar tanto en Buenos Aires
Y
en los rostros queridos. Uno falta.
NO ERES LOS OTROS.
No te habrá de salvar lo que dejaron
Escrito aquellos que tu miedo implora;
No eres los otros y te ves ahora
Centro del laberinto que tramaron
Tus pasos. No te salva la agonía
De Jesús o de Sócrates ni el fuerte
Siddharta de oro que aceptó la muerte
En un jardín, al declinar el día.
Polvo también es la palabra escrita
Por tu mano o el verbo pronunciado
Por tu boca. No hay lástima en el Hado
Y la noche de Dios es infinita.
Tu materia es el tiempo, el incesante
Tiempo. Eres cada solitario instante.
Escrito aquellos que tu miedo implora;
No eres los otros y te ves ahora
Centro del laberinto que tramaron
Tus pasos. No te salva la agonía
De Jesús o de Sócrates ni el fuerte
Siddharta de oro que aceptó la muerte
En un jardín, al declinar el día.
Polvo también es la palabra escrita
Por tu mano o el verbo pronunciado
Por tu boca. No hay lástima en el Hado
Y la noche de Dios es infinita.
Tu materia es el tiempo, el incesante
Tiempo. Eres cada solitario instante.
LA MONEDA DE HIERRO.
Aquí
está la moneda de hierro. Interroguemos
Las
dos contrarias caras que serán la respuesta
De
la terca demanda que nadie no se ha hecho
¿Por
qué precisa un hombre que una mujer lo quiera?
Miremos.
En el orbe superior se entretejen
El
firmamento cuádruple que sostiene el diluvio
Y
las inalterables estrellas planetarias.
Adán,
el joven padre, y el joven Paraíso.
La
tarde y la mañana. Dios en cada criatura.
En
ese laberinto puro está tu reflejo.
Arrojemos
de nuevo la moneda de hierro
Que
es también un espejo mágico. Su reverso
Es
nadie y nada y sombra y ceguera. Eso eres.
De
hierro las dos caras labran un solo eco.
Tus
manos y tu lengua son testigos infieles.
Dios
es el inasible centro de la sortija.
No
exalta ni condena. Hace algo más: olvida.
Calumniado
de infamia ¿por qué no han de quererte?
En
la sombra del otro buscamos nuestra sombra:
En
el cristal del otro, nuestro cristal recíproco.
Jorge Luis Borges.-
No hay comentarios:
Publicar un comentario