lunes, 25 de abril de 2016

Emilia Bertolé.

Emilia Bertolé


Autorretrato (1931)



El viaje  
Este es el barco que espero desde niña.
Y el mar, cuyo sabor aún no conoce mi boca madura.
Me ciñen apretados adioses
y en el aire, detenida, se ha quedado mi mano desnuda.
El cielo va tomando el color de los cielos
que he mirado entre sueños,
cuando apagan el paisaje los velos grises de la lluvia.
Un hombre se inclina para tomarme entre sus brazos,
blando puente piadoso en el que apoyo, sumisa,
mi sien húmeda.
Barquero que ya tiene la misteriosa orden,
para que la travesía se cumpla.
Voces me nombran para retenerme;
mi corazón dormido ya no escucha.
Este es el barco, amigos, que espera desde niña
la mujer fatigada que no ha viajado nunca.
(1943)



Mis manos

Manos de Emilia Bertolé, Fotografía de Anne-Marie Heinrich

Mis manos, ciertas veces,
dan la rara impresión de cosa muerta.

Palidez más extraña no vi nunca;
marfil antiguo, polvorienta cera,
y en el dorso delgado y transparente
el turquesa apagado de las venas.

Carne que bien podría
si la rozara una caricia ardiente,
deshacerse en ceniza
como esas flores frágiles y tenues
que en el fondo oloroso de los cofres
en fino polvo ámbar se convierten.

¿En qué siglo remoto florecieron
estas dos pobres rosas extinguidas?
¡Un milagro, sin duda, las conserva
aquí, sobre mi falda todavía!



Estación
En el bar de la estación espero
la llegada de un tren.
Hombres desconocidos me rodean
ninguna mujer.
Sólo mi boca roja en los oscuros
espejos que prolongan la pared.



A un desconocido
Lenta apoyo en tu mano semibárbara
mi mano palidísima.

Breve, casi inmaterial,
la insólita caricia
debió asombrarte porque tu mirada
buscó a la extraña mujer desconocida.

Aún estremece mi muñeca exangüe
una piedad que no comprenderías.
(1939)



A un extranjero 
Acabo de leer tu libro, oh extranjero,
a quien no veré nunca.
Y aún estoy escuchando, estremecida,
tu voz de olvido y de aventura.
Tu roja voz cargada del terrible
atractivo de las cosas inseguras.
Así tu verso lúcido, que se torna 
/evasivo
sin que yo logre asir su esencia oscura.
Así tu rostro claro, que de golpe,
se me enturbia.
Has encendido un fuego en la tiniebla
y huyes sin defender su llama pura.

Sé que me voy a dormir en esta noche
de cautelosa lluvia:
Tus ojos y tus versos me han traído
la pena más absurda!
(1940) 



Versos a la noche imposible

El libro de los versos (1921)


Más allá
de este cielo de chimeneas
está la noche,
pienso inmóvil i tensa.
No la noche sofisticada,
de la ciudad ebria;
turbia del aliento de los hombres i de sus huellas;
sino la alta, pura,
profunda noche verdadera.
La siento aquí, en mi pecho sofocado,
como una presencia.
En el latido de mi sien,
en la ruta violeta de mis venas,
su soplo antiguo crece,
desesperada sed en mi boca que tiembla.
Con qué dolor oigo cómo me nombra el viento
más allá de las paredes que me cercan!
Con qué amargo delirio le echo llave a la puerta!
(1941)



Elegía de un sueño
Construyo
con livianos colores imprecisos
un fino rostro de hombre, delicado y viril.
Podría ser un marino
si mi mano trazara a sus espaldas
la gris arboladura de un navío.
Pero me duele aislarlo en la verde lejanía del mar
y en su olvido.
Mejor un bosque, pienso, un bosque de altos árboles negros
en un crepúsculo sombrío
para que se destaque como laminado
su voluntarioso perfil esquivo.
Lo nombraría así, el Cazador nómade,
o el Soñador a quien ha detenido
inmóvil un instante la afelpada
soledad del camino.
Pero le temo a la sigilosa sombra del bosque
y a su desvarío.
Y una ciudad que levante sus muros
deslumbrantes y lisos?
No quiero encarcelar su altiva sien desnuda
en un geométrico laberinto.
Ni en la luz sosegada de una alcoba
desdibujarle todos los caminos.
Vencida, ya no dibuja mi mano;
sólo palpan mis dedos, perdidos,
el fino rostro de hombre que ha quedado por siempre
desnudo de paisaje y de destino.
En tanto ya la lenta marea violeta de la tarde cubre mi pecho estremecido.



Cansancio

Autorretrato (1915)

La ciudad, amigos, me clavó sus garras
Y así soy ahora / de turbia y extraña.
Tornáronse crueles / mis pupilas claras
Y amarga se hizo/ mi boca rosada / que solo sabía
Compasiva y buena / de dulces palabras.
Ocultan mis manos / bajo el guante tibio 
de piel perfumada / las uñas agudas 
cual finos puñales / como una amenaza.
Y tras la sonrisa / -sonrisa brillante, perfecta, mundana 
bosteza el profundo / cansancio de mi alma.



Atardecer
Aquí estamos
Tejiendo antiguos sueños.
Ya la tarde ha caído; está azul la ventana
Y hay una fina sombra morada en torno nuestro.

Nos borramos en la hora, amigo mío;
ni tu cálido acento
Logran ahuyentar esta espectral atmósfera
en que, como la luz, nos disolvemos.

Mi cabellera es como un humo pálido
Y humo tus ojos negros.
Somos dos sombras en la sombra, en tanto
Se deshace la rosa del silencio.



La noche

Desnudo (1919)

Ha descendido sobre mi cansancio
En mi frente desnuda, su caricia
Pone una suave venda de letargo.
Inmóvil
Oigo el rumor de la ciudad, lejano.
Amortajada de silencio y sombra,
Descanso.



En la noche
Humedad en la noche.
Silencio.
El pasado está solo,
Impenetrable, negro.
Se destacan apenas en lo alto
Las copas de los árboles enhiestos,
Y hay un frescor de gruta
En los hondos senderos.

El cielo en esta hora
Es un profundo abismo azul eléctrico
Como flores marinas, las estrellas,
Titilan suavemente tras el follaje denso,
Y caen gruesas gotas verdosas y pesadas
De los blandos helechos.

¡Las ciudades, los hombres
Qué lejanos, Dios mío, de este rincón eterno!



Autorretrato