sábado, 1 de febrero de 2014

Jorge Luis Borges. El oro de los tigres.




"...La flor entre las páginas de Bécquer..."

EL ORO DE LOS TIGRES (1972)
(Selección)




El PASADO.

(…)
Esas cosas pudieron no haber sido,
Casi no fueron. Las imaginamos
en un fatal ayer inevitable.
No hay otro tiempo que el ahora, este ápice
del ya será y ya fue, de aquel instante
en que la gota cae en la clepsidra.
El ilusorio ayer es un recinto
de figuras inmóviles de cera
o de reminiscencias literarias
que el tiempo irá perdiendo en sus espejos.
(…)
y esa tarde inasible que fue tuya
son en su eternidad, no en la memoria.



TANKAS.*

I

Alto en la cumbre
todo el jardín es luna, 
luna de oro.
Más precioso es el roce
de tu boca en la sombra.

II

La voz del ave 
que la penumbra esconde
ha enmudecido.
Andas por tu jardín.
Algo, lo sé, te falta.

III

La ajena copa, 
la espada que fue espada
en otra mano,
la luna de la calle,
¿dime, acaso no bastan?

IV

Bajo la luna
el tigre de oro y sombra
mira sus garras.
No sabe que en el alba
han destrozado un hombre.

V

Triste la lluvia
que sobre el mármol cae,
triste ser tierra.
Triste no ser los días
del hombre, el sueño, el alba.

VI

No haber caído,
como otros de mi sangre,
en la batalla.
Ser en la vana noche
él que cuenta las sílabas.


(*) He querido adaptar a nuestra prosodia la estrofa japonesa que consta de un primer verso de cinco sílabas, de uno de siete, de uno de cinco y de dos últimos de siete. Quién sabe cómo sonarán estos ejercicios a oídos orientales. La forma original prescinde asimismo de rimas.



TRECE MONEDAS.

Un poeta menor.

La meta es el olvido.
Yo he llegado antes.

Génesis, IV, 8.

Fue en el primer desierto.
Dos brazos arrojaron una gran piedra.
No hubo un grito. Hubo sangre.
Hubo por vez primera la muerte.
Ya no recuerdo si fui Abel o Caín.

El prisionero.

Una lima.
La primera de las pesadas puertas de hierro.
Algún día seré libre.

Eternidades.

(…)
Sólo perduran en el tiempo las cosas
que no fueron del tiempo.



SUSANA BOMBAL.

Alta en la tarde, altiva y alabada,
cruza el casto jardín y está en la exacta
luz del instante irreversible y puro
que nos da este jardín y la alta imagen
silenciosa. La veo aquí y ahora,
pero también la veo en un antiguo
crepúsculo de Ur de los Caldeos
o descendiendo por las lentas gradas
de un templo, que es innumerable polvo
del planeta y que fue piedra y soberbia,
o descifrando el mágico alfabeto
de las estrellas de otras latitudes
o aspirando una rosa en Inglaterra.
Está donde haya música, en el leve
azul, en el hexámetro del griego,
en nuestras soledades que la buscan,
en el espejo de agua de la fuente,
en el mármol del tiempo, en una espada,
en la serenidad de una terraza
que divisa ponientes y jardines.

Y detrás de los mitos y las máscaras,
el alma, que está sola.

Buenos Aires, 3 de noviembre de 1970



A JOHN KEATS.
(1795-1821)

Desde el principio hasta la joven muerte
la terrible belleza te acechaba
como a los otros la propicia suerte
o la adversa. En las albas te esperaba
de Londres, en las páginas casuales
de un diccionario de mitología,
en las comunes dádivas del día,
en un rostro, una voz, y en los mortales
labios de Fanny Brawne. Oh sucesivo
y arrebatado Keats, que el tiempo ciega,
el alto ruiseñor y la urna griega
serán tu eternidad, oh fugitivo.
Fuiste el fuego. En la pánica memoria
no eres hoy la ceniza. Eres la gloria.




EL CIEGO.

I

Lo han despojado del diverso mundo,
de los rostros, que son lo que eran antes,
de las cercanas calles, hoy distantes,
y del cóncavo azul, ayer profundo.
De los libros le queda lo que deja
la memoria, esa forma del olvido
que retiene el formato, no el sentido,
y que los meros títulos refleja.
El desnivel acecha. Cada paso
puede ser la caída
.
Soy el lento
prisionero de un tiempo soñoliento
que no marca su aurora ni su ocaso.
Es de noche. No hay otros. Con el verso
debo labrar mi insípido universo.



ON HIS BLINDNESS.

Indigno De los astros y del ave
Que surca el hondo azul, ahora secreto,
De esas líneas que son el alfabeto
Que ordenan otros y del mármol grave
Cuyo dintel mis ya gastados ojos
Pierden en su penumbra, de las rosas
Invisibles y de las silenciosas
Multitudes de oros y de rojos
Soy, pero no de las Mil Noches y Una
Que abren mares y auroras en mi sombra
Ni de Walt Whitman, ese Adán que nombra
Las criaturas que son bajo la luna,
Ni de los blancos dones del olvido
Ni del amor que espero y que no pido.



LA BUSCA.

(…)
Quién me dirá si misteriosamente,
bajo este techo de una sola noche,
más allá de los años y del polvo,
más allá del cristal de la memoria,
no nos hemos unido y confundido,
yo en el sueño, pero ellos en la muerte.



LO PERDIDO.

¿Dónde estará mi vida, la que pudo
haber sido y no fue, la venturosa
o la de triste horror, esa otra cosa
que pudo ser la espada o el escudo
y que no fue? ¿Dónde estará el perdido
antepasado persa o el noruego,
dónde el azar de no quedarme ciego,
dónde el ancla y el mar, dónde el olvido
de ser quien soy? ¿Dónde estará la pura
noche que al rudo labrador confía
el iletrado y laborioso día,
según lo quiere la literatura?
Pienso también en esa compañera
que me esperaba, y que tal vez me espera.




H.O.

En cierta calle hay cierta firme puerta
con su timbre y su número preciso
y un sabor a perdido paraíso,
que en los atardeceres no está abierta
a mi paso. Cumplida la jornada,
una esperada voz me esperaría
en la disgregación de cada día
y en la paz de la noche enamorada.
Esas cosas no son. Otra es mi suerte:
Las vagas horas, la memoria impura,
el abuso de la literatura
y en el confín la no gustada muerte.
Sólo esa piedra quiero. Sólo pido
las dos abstractas fechas y el olvido.



RELIGIO MEDICI, 1643.

(…)
Algo me queda aún de todo ese oro
que mis ojos de sombra recogieron.
(…)



1971.

(…)
¿Qué puede la palabra,
qué puede lo que el arte sueña y labra,
ante su real y casi irreal fortuna?
(…)



COSAS.

(…)
El espejo que no repite a nadie
cuando la casa se ha quedado sola.
(…)
Las pisadas de arena que la ola
soñolienta y fatal borra en la playa.
(…)
El sueño que ha tenido antes del alba
Y que olvidé cuando clareaba el día.
(…)
La flor entre las páginas de Bécquer.
(…)



EL AMENAZADO.

Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir.
Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz. La
hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única.
¿De qué me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras,
la vaga erudición, el aprendizaje de las palabras que usó el
áspero Norte para cantar sus mares y sus espadas, la serena
amistad, las galerías de la Biblioteca, las cosas comunes, los
hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra militar de mis
muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño?
Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo.
Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se
levanta a la voz del ave, ya se han oscurecido los que miran
por las ventanas, pero la sombra no ha traído la paz.
Es, ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz,
la espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo.
Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles.
Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.
Ya los ejércitos me cercan, las hordas.
(Esta habitación es irreal; ella no la ha visto.)
El nombre de una mujer me delata.
Me duele una mujer en todo el cuerpo.




HABLA UN BUSTO DE JANO.

Nadie abriere o cerrare alguna puerta
sin honrar la memoria del Bifronte,
que las preside. Abarco el horizonte
de inciertos mates y de tierra cierta.
Mis dos caras divisan el pasado
y el porvenir. Los veo y son iguales
los hierros, las discordias y los males
que Alguien pudo borrar y no ha borrado
ni borrará. Me faltan las dos manos
y soy de piedra inmóvil. No podría
precisar si contemplo una porfía
futura o la de ayeres hoy lejanos.
Veo mi ruina: la columna trunca
y las caras, que no se verán nunca.



TÚ.

Un solo hombre ha nacido, un solo hombre ha muerto en la tierra.
Afirmar lo contrario es mera estadística, es una adición imposible.
No menos imposible que sumar el olor de la lluvia y el sueño que anteanoche soñaste.
Ese hombre es Ulises, Abel, Caín, el primer hombre que ordenó las constelaciones, el hombre que erigió la primer pirámide, el hombre que escribió los hexagramas del Libro de los Cambios, el forjador que grabó runas en la espada de Hengist, el arquero Einar Tamberskelver, Luis de León, el librero que engendró a Samuel Johnson, el jardinero de Voltaire, Darwin en la proa del Beagle, un judío en la cámara letal, con el tiempo, tú y yo.
Un solo hombre ha muerto en Ilión, en el Metauro, en Hastings, en Austerlitz, en Trafalgar, en Gettysburg.
Un solo hombre ha muerto en los hospitales, en barcos, en la ardua soledad, en la alcoba del hábito y del amor.
Un solo hombre ha mirado la vasta aurora.
Un solo hombre ha sentido en el paladar la frescura del agua, el sabor de las frutas y de la carne. Hablo del único, del uno, del que siempre está solo.



EL CENTINELA.

Entra la luz y me recuerdo; ahí está.
Empieza por decirme su nombre, que es ya se entiende) el mío.
Vuelvo a la esclavitud que ha durado más de siete veces diez años.
Me impone su memoria.
Me impone las miserias de cada día, la condición humana.
Soy su viejo enfermero; me obliga a que le lave los pies.
Me acecha en los espejos, en la caoba, en los cristales de las tiendas.
Una u otra mujer lo ha rechazado y debo compartir su congoja.
Me dicta ahora este poema, que no me gusta.
Me exige el nebuloso aprendizaje del terco anglosajón.
Me ha convertido al culto idolátrico de militares muertos, con los
que acaso no podría cambiar una sola palabra.
En el último tramo de la escalera siento que está a mi lado.
Está en mis pasos, en mi voz.
Minuciosamente lo odio.
Advierto con fruición que casi no ve.
Estoy en una celda circular y el infinito muro se estrecha.
Ninguno de los dos engaña al otro, pero los dos mentimos.
Nos conocemos demasiado, inseparablemente hermano.
Bebes el agua de mi copa y devoras mi pan.
La puerta del suicida está abierta, pero los teólogos afirman que
en la sombra ulterior del otro reino estaré yo, esperándome.



AL TRISTE.

Ahí está lo que fue: la terca espada
del sajón y su métrica de hierro,
los mares y las islas del destierro
del hijo de Laertes, la dorada

luna del persa y los sin fin jardines
de la filosofía y de la historia,
el oro sepulcral de la memoria
y en la sombra el olor de los jazmines.

Y nada de eso importa. El resignado
ejercicio del verso no te salva
ni las aguas del sueño ni la estrella

que en la arrasada noche olvida el alba.
Una sola mujer es tu cuidado,
igual a las demás, pero que es ella.



1929.

(…)
Afuera, la mañana le depara
su ilusión habitual de que algo empieza
(…)



LOS CUATRO CICLOS.

(…)
Somos tan pobres de valor y de fe que ya el Happy-ending no es otra cosa que un halago industrial. No podemos creer en el cielo, pero sí en el infierno.
(…)



EL PALACIO.

El palacio. El no es infinito.
Los muros, los terraplenes, los jardines,
los laberintos, las gradas, las terrazas,
los antepechos, las puertas, las galerías,
los patios circulares o rectangulares,
los claustros, las encrucijadas, los aljibes,
las antecámaras, las cámaras, las alcobas,
las bibliotecas, los desvanes, las cárceles,
las celdas sin salida y los hipogeos,
no son menos cuantiosos
que los granos de arena del Ganges,
pero su cifra tiene un fin.
Desde las azoteas, hacia el poniente,
no falta quien divise las herrerías,
las carpinterías, las caballerizas,
los astilleros y las chozas de los esclavos.
A nadie le está dado recorrer
más que una parte infinitesimal del palacio.
Alguno no conoce sino los sótanos.
Podemos percibir unas caras, unas voces,
unas palabras, pero lo .que percibimos es ínfimo.
Ínfimo y precioso a la vez.
La fecha que el acero graba en la lápida
y que los libros parroquiales registran
es posterior a nuestra muerte;
ya estamos muertos cuando nada nos toca,
ni una palabra, ni un anhelo, ni una memoria.
Yo sé que no estoy muerto.



EAST LANSING.

Los días y las noches
están entretejidos (interwoven) de memoria y de
miedo,
de miedo, que es un modo de la esperanza,
de memoria, nombre que damos a las grietas del
obstinado olvido.
(…)




Jorge Luis Borges.























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