domingo, 6 de agosto de 2017

Susana Soca. Noche Cerrada (1965)



SUSANA SOCA
NOCHE CERRADA







JARDINES HUMEDOS

LA MUSICA A DESHORA
Se detiene la música en mitad del torrente
y sigue paso a paso y sin mover el aire
por ella sostenido.
Yo no sabía que estaba.
Una extranjera música sin llegar a la frente
ha ondulado implacable delante de mis ojos
me llamaba en el aire que ha tocado mi mano
y el aire hacía señas para que la siguiera.

Soñaba que era el agua golpeada por la fronda
donde el sonido cae tan seguro y a tientas,
Soñaba que era piedra,
que la música fluida me rodeaba
como si fuera el agua,
y ya sonrío en lo petrificado.

Casi sin tacto y sin oído sigo,
me encuentro sola, lejos
de los cristales para ser rayados
por el diamante breve del sueño, sin resinas
activas por el súbito fuego de la memoria
dócil con ojos bajos me lleva por sus vías
hacia el espacio donde el aire centellea
y en mitad del trazado del relámpago,
un blando respirar.

Ella me precipita en un punto que ignoro
y familiar de pronto el instante del júbilo
al azar he llegado adonde se detiene
la memoria en sí misma complacida.
Aligeradas formas que fueron crueles formas
penetrarán conmigo
en espacios colmados sin objetos
donde todo se borra y todo vuelve a ser.

Tranquilos ojos brillan más quietos que las flores.
La música a deshora un instante me deja
en algún punto adonde no sabría llegar
aunque reconociera
el camino, en el aire que ha tocado mi mano.




DESDOBLAMIENTO
Jardines quietos y nunca fijos cerca del mar
en el aire impecable
donde se mueve el lento olor de la resina
la hierba nueva asoma y ríe
al flanco de la antigua
en la tersura de las dos briznas entremezcladas.

A orillas de la sombra
del alto pino pulido al sol de mediodía
por el agua del alba
baila Analisa, sus pasos mide un simple ritmo.
Es reposado el movimiento
y sin peso el descanso de Analisa.

Sobre el verde cristal
el pie desnudo apenas turba la hierba lisa;
la niebla matinal
es todavía aire liviano
y un frescor de lavanda sube al cielo de abril.
Baila Analisa en un otoño como verano
ligeramente toca el tiempo en su tamboril.

Imito el gesto y el movimiento en el sosiego.
Los brazos forman un serpenteante rápido juego:
con ojos de paloma
ella lo ve y la mirada despacio asoma
hacia boscajes de ramas quietas y diferentes.
Ya las palomas hunden su pico en las serpientes.

Toca el reposo como una mano la inmensa planta
de la tierra en otoño.
Punzante ahora es la dulzura
que no penetra y permanece al lado mío
en el pudor del aire.

Desde los manantiales
de las tinieblas la angustia mía desborda y sube,
hasta entregarme al nuevo día
como a la punta de nueva espada.

Triste es lo cómico, eficaz el demonio ingenuo.
Vuelve la reina de pie de cabra bajo la púrpura
a los viejos tinglados.

Soy la que sigue en la gramilla
los pasos de Analisa
soy la que gira sobre sí misma.

Si la más diestra se entorpeciera
si la más rápida se rezagara
aunque lo atroz tome el lugar del aire en mí,
sabría respirar.
Pero ya sigo hasta el final de la jornada
sin poder elegir.




VOZ DEL CANTO
Tú la arbitraria y la primera
orden y fuego de la palabra
en la fatiga embriaguez última
desde el principio yo te escuchaba. . .
Y con mi sola voz yo te digo:
en lo violento siempre esperada,
fue tu violencia violencia mía
para estar sola, sin esperanza
hube de ir al aire inmóvil
adonde sé que nadie llama
adonde sé que no me llevas
a laberintos de la palabra. . .
En la memoria y en el olvido,
tú, la primera y la arbitraria.

En otro tiempo iba y venía
tu juego semejante a los juegos del mar.
Al borde de tu ausencia soñaba que volvías
y para retenerte con el habla
había que andar y andar de nuevo
hacia el opuesto lado de una sombra más larga
que mi estirada sombra.

Viví los años de la memoria
retirada de mí,
empecinada en unir algo
que estaba dividido,
buscando alguien que no era el mismo
y ya nada sabía de mi vieja ansiedad.
Sin descansar iba y venía
yo despertaba en una y soñaba con otra
a través de ciudades simultáneas y opuestas.
En la primera mitad de la noche
un hilo de frescura, un hilo de fulgor
bastaba a la alegría de buscar las figuras
agazapadas detrás de mis ojos.

Adonde nadie hablaba,
última voz la del canto llegó
para reunir aquello que estaba separado.

Bruscamente se apaga el fuego memorable
y ahora vuelvo a mí pero la voz se aleja,
en la segunda mitad de la noche
ya ni siquiera encuentro antiguos crueles sueños,
nadie recoge caídas figuras
delante de mis ojos
y se retiran hacia las islas entrevistas
sobre el mar de mi infancia, cuando el barco se iba
y no podía contar las palmeras.

Tú la arbitraria y la primera. . .
en otro tiempo yo te decía,
apenas llega tu voz severa
me quita el aire de la alegría.
Como ninguno rápido y lento
entra tu fuego y se apresura,
me quita el aire de endulzamiento
entre las pausas de una dulzura
violenta y pronto anonadada,
buscando el canto en el instante
que la atraviesa como una espada.

No más dulzura, sólo un diamante
en la memoria y algún dulzor
evanescente, abrumador.

Tú la primera y la arbitraria. . .
ya apenas oigo tu voz esquiva,
si no volviera, tu ausencia viva
hasta la muerte, es necesaria.

Entras ahora en los objetos
yo no escucho tu voz pero la veo a veces
ya desplazada hacia las cosas.
Y pesa sobre mí con un silencio nuevo.
Irrespirable es la dulzura
de la que no me arranca este canto sin canto.
Enmudecido brilla
como una cosa entre las cosas.




REFLEJOS
Sobre  el llano fulgura
el falso hielo
de la más clara niebla,
ya sólo vamos
por un camino de lentos bosques
hacia esferas de niebla
que se detienen
en la sustancia lúcida.

Giramos horas y horas
con una lámpara
y en el largo reflejo
otra luz otra lámpara
sin tregua miro,
de vidrio y opalina
corona y límite
de la no vista llama.

Lo que alumbra yo ignoro
y nadie sabe,
del brillo que trasluce
y no se muestra
encandilado el corazón,
por un instante
devorador el tiempo
juega despacio
juega a ser devorado.

Hinca sus dientes
la inútil agudeza
y se detiene
en la carne de vidrio.

El aire espeso
ríos de transparencias
deja entrever
con ellas comunica
la ausente luz
hasta que algún aliento
los vuelve ciegos
mientras el día
en la noche se funde
y un solo día
como el otoño pesa.

Con todo lo que ignoro,
haré una esfera
de opalina, una esfera
que ha de rasgar
la lluvia como
si fuera alguna mano. . .
Y no se quiebra, se esconde.

Con el fulgor perdemos
al mismo tiempo
colores sucesivos
retoños últimos
del bosque ya talado.




EURIDICE
                                                                                                    (Aria de Peri, en un bosque).

Este  es el pino verdadero
quemado por el falso otoño de las lámparas
detenido en la estatua de sí mismo
y su vigor en el verano
lánguidamente juega
con el oro precoz de la fatiga.

Este es el pino encandelado
en el centro del bosque por las lámparas
de alguna escena en que no hay nadie
éste es el pino preferido
raíz y extrema flor de la misma esbeltez
y no lo mueve el aire de la noche
sino lo mueve el aire de la música
por sus destellos anda en las trenzadas hojas
como guirnaldas por el aire
de la más quieta noche en cuatro continentes.

Este es el pino ya asomado
a alguna escena en que no hay nadie
la música se evade una vez y otra vez
entre columnas de los pinos
y su rigor de nuevo mide,
entre las verdes superficies lisas
busca amarillas islas de otoños escondidos.

La música de antiguos bosques viene
y su espiral rodea el pino preferido
el alto árbol de leonados tonos.
Él camina por ella
hacia los pinos sucesivos.

Al comenzar la música los pinos oyen rectos.
Como si se inclinaran
luego ligeramente se mueven hacia atrás
El uno al otro sigue
hasta el final de la arboleda
que el verano desea y no fulmina
y reina es del que reina en mitad de la noche

Aligerada va la música
abre un camino a la alegría
en la inocencia de la tierra
a la alegría fugitiva
que juega espera y no presiente
a la alegría ya perdida.

Cuando el músico espera aquélla que no viene
como si la encontrara, ha de llegar la ausente
joven la sangre el sueño joven
criatura de amor habita el bosque entero
sobre el tiempo y el mar innumerables ojos
la acercan lentamente al aire de la música,
ella las hojas mueve y respira de nuevo.

Los enlazados incesantes ojos
una vez y otra vez la encuentran y la pierden
la ausente llega y su sonrisa vive
en las miradas sucesivas,
una tras otra avanzan, sin ruptura
atraviesan el tiempo como si fuera el mar,
la que encontraron y perdieron
corre al encuentro de los grandes árboles
hermanos del boscaje antiguo
y sólo baila la que muere,
alrededor del alto pino.

La luz última y fija atraviesa en lo oscuro
el musgo espeso de la noche
para indicar el mapa de algún cielo no visto
y para extraños ojos ya trazado.

En el insecto centellea
la luz y algún perdido brillo
alarga sobre el musgo breve
los tibios cielos fugitivos.




A LAS SIETE LA LUNA
Vuelve a su infancia en medio de la escarcha
aquélla que tomaba para sí
el esplendor de la reciente noche
y en transitoria casa de espejos recogía
el largo centelleo.
Avecindado a nuestros ojos cabe
alto y sin soledad el esplendor más solo.

Ayer, crecida luna, ajena desmesura
pesaba en las orillas, oscurecía el oro
para apartar la noche que nunca habla ni mira
y entre luces y luces
abre y cierra caminos para la experta sombra
y ella cedió su reino a la brillante noche
cedió su reino al reino de la luna.
La luna ya encendida en el ausente fuego,
mezcla el color de la cercana sangre
a los remotos vinos que lentamente bebe.

Al final abrumada de fulgores, inerte
cerca del día sueña con otra leve luna
pequeña, dura, aligerada y rápida.
Y despierta en los juegos que el alba no interrumpe.

II

Es otra luna y su canto
una canción de alborada
es el alba de la luna
más que la luna del alba.
Hija del solo esplendor
de la noche en la mañana,
un instante suspendida
como la nube que baja,
lenta nieve de verano
en mitad de la montaña.
Esta es la luna de otoño
liviana, breve y lavada
como la piel de las hojas.
Puro perfil se adelanta
ágil en medio del día
camina sobre la escarcha
precoz del rígido cielo
entreabre una senda blanca,
como en los tupidos bosques
de la tierra, angosta y blanda.
Allí comienza lo blanco
y súbitamente acaba,
en el alba de la luna
más que en la luna del alba.









TIEMPO DE VOLVER


AMANECER
Aubade.

Ninguna voz, ninguna mano
me han de llevar al recorrido
país de la memoria.
Se cierra ahora como una nube
el camino del día primero al nuevo día
que brilla y se prolonga
en los canteros de la mañana.

Ya nada se separa de la noche en que estoy,
sin pesadillas y sin posible
enajenado sueño. Cuando yo no lo espero
entra un día que admiro y me es desconocido,
sin los antiguos modos de tocarle mis párpados
suavemente atravesados
por el color que daba a la azulada hierba
entre el negro y el verde
color del más ligero sueño.

Se cierra ahora como una nube
el camino que vuelve hacia el amanecer
estrangulado en el instante
de llegar a una lejana risa,
aquél que su guirnalda
envenenada y antigua ayer
trenzaba todavía con la reciente luz.
Sólo sé que despierto
en un país ajeno y claro.

Entra un alba acerada como si caminara
sobre la nieve y secamente
nos tiende el borde de un tibio día.
Sigo sus movimientos y los ignoro
y ningún alba de la memoria
le cierra el paso
y ninguna me ayuda a repetir el canto.

Sé que ella avanza
adonde nadie sabe de olas ni praderas
para los juegos
de la impaciente luz.

Sigue en secreto, sola y sin ser precedida
hasta el final de corredores
interminables y repetidos,
a través de hendiduras
de puertas ya cerradas por la sombra en el día,
sin rumor, sin espacio
ella se estira hasta llegar
adonde apenas encuentra muros.

Sola, sin pájaros ahora, sé
que rectamente avanza
en la alegría, el mudo canto
es canto de alborada.

Avanza sin error en busca del espejo
ya sin figuras oscurecido
antes de las tinieblas
y en los biseles estrechos, últimos,
un filo breve la acoge y brilla.

Por vez primera nace
y las ausentes cosas en ella reflejadas
un instante relumbran.
Serpentea en lo angosto como si se extendiera
sobre ovalados, amplios espejos
de agua, descansa luego
y lentamente nada.




LA PALABRA

I
De toda cosa la memoria mía
ha nutrido la palabra;
sombra de alguna viva llama que el ritmo anuncia
desde el amanecer entre espejos de espejos
ha nutrido la palabra.
Mares de turbios oros reclamaba a mis ojos
y praderas ceñidas donde apoyan los días
las rodillas de piedra
para alzarse de nuevo a respirar.
Más tarde en las sonrisas de la piedra
las caras de los vivos buscaba entremezcladas
con aquéllas que no mueren.

De toda cosa la memoria mía
ha nutrido la palabra,
y en el instante de la mano breve
y la flor, se hizo largo el camino del canto,
con el perfil hundido en años míos
proa que rompe y nunca avanza
con las vidas y las muertes
en múltiples fluidos de mi sangre
ha nutrido la palabra.

A aquél que no alcanzo apenas hablo
pero al final del sonido
es como si el amor que estaba separado
se acercara un instante al centro de sí mismo.

II
Estos días de la opaca trama
y las restañadas fuentes,
innocua la labor de retener
lo que se va de mí, la rutilante sombra
escasas hambre y sed y sólo el gesto
de borrar las pisadas de las rítmicas vías
inútil levantar el peso que los miembros
en la mañana alzaban leves como en el agua
la avidez sin objeto en el cansancio abruma,
el ardor sin objeto, consumido
brasa y diamante por igual devora
y sobra el sueño donde la somnolencia basta.

Nunca ganados reposos
me llevarán despacio entre el sueño y la vela
hacia algún muerto punto del silencio.

III
El ritmo viene de afuera
y rodeará los limbos vacíos de la llama
ahora el ritmo vuelve y a lo lejos
un fuego ausente brilla y la palabra sirve
a aquella que la sirviera.
La palabra me nutre de una ajena sustancia
me empuja a la deriva en los senderos
por las extrañas lenguas explorados.
La que lo ardiente olvida
sabe que vela y duerme todavía
si empieza a perder pie en un mundo de imágenes.
Ha de mirar la llama hasta volverse
la centella sonora en el ritmo encendida.




LA LAMPARA
Por alguien yo viví los claros años, por alguien
he conocido humanos reinos de transparencia
y en su esfera de sueño me movía.
Alguien ardiente y seco como nadie soñaba;
nunca dijo mi nombre.
El que fue para mí como el agua dulce y amargo
tuvo el amor de mi poder, era la llama
pero oscilaba alrededor como una lámpara.

Contra la hierba sorda mi boca habló palabras
y como el heno se dispersaron.

Lo que en regiones de espanto miro lo he aprendido
en los antiguos bermejos bosques cerca del mar.

Todos los dones me fueran dados de tal manera
que vivir sólo es remontar felices ríos.
Nada deseo, el soplo para respirar basta
y ya no sueño con fiesta alguna del aire lúcido.

Todos los dones a pesar suyo me fueran dados
mi voluntad a su blandura o su violencia
hora tras hora las necesarias gracias tomaba
mi joven llama creció en la suya fortificada
ella oscilaba por mi avidez no consumida.
Su voluntad iba y venía
como una mano dada y quitada.
Aquél que daba de su esplendor creyó en el mío
de tal manera dar y tomar es cosa sola.

Más tarde el gesto de perder fuera el solo gesto.
sin casa anduve entre las casas
en la común huida yo vagaba apenas.
Y sin sorpresa entre el asombro
de aquéllos que perdían
por vez primera, perdí de nuevo lo ya perdido.

Más tarde cuando nada deseaba
pasión de ausencia he conocido
en la memoria de mi deseo
del albedrío que nunca obtuve.

Ahora que no tengo sed y todo gesto
ya se reduce a no hacer ruido en las tinieblas
esta nostalgia del albedrío de alguno, vuelve.
Despacio oscila alrededor como una lámpara
y todavía por ella sé que el fuego existe.




ALEGRIA
La  lámina segura del sueño que se quiebra
ha partido la noche como un fruto redondo.
En mitad de lo oscuro al extremo del ansia
hubo una sombra, blando reverso de esplendores,
memoria de una noche de Epifanía.

Despertar en el túnel del más largo temblor
aguardando los climas devastados e iguales
luego el golpe el asombro la inmersión el relámpago,
a todo lo entrevisto extiendo abrazos nuevos
entran de nuevo en mí las caras y las cosas
por el amor de la mirada mía
alguna vez reunidas.

Sonrío a las imágenes y he de volver con júbilo
a unir aquello que estaba separado,
tierras sin agua ya bruscamente florecen
para entrar en mis ojos algún remoto viento
acercará los cinco extendidos jardines.
La luna de mis álamos su esbeltez me devuelve
grabados que no olvido, inmóviles ciudades
y en las ciudades, altas las ya quemadas torres.
Hacia mi boca ausente el olor de la tierra
y del lejano mar han de volver despacio.
Conmigo el mar disperso, atraviesan sus olas
las formas que algún día me fueron favorables.

Mi sombra se aligera del peso de mi cuerpo
aunque fui quebrantada por aquello que amaba,
los dones de ansiedad fueron los vanos dones
e intactos sin servir giraron sobre sí.
Jadeante, esplendorosa, la marea de amor
no me ahoga y regresa a través del espanto
a sumergirme entera en la alegría;
acaso las tinieblas un instante entreabiertas
me dejaron pasar; ahí donde se toca
el cristal con el agua nacen arpas y fuentes.
Basta un hilo del agua, un hilo de la música
para seguirte en una noche desconocida.

Tú, mal buscado, tú que siempre busco,
en otro tiempo yo repetía
si tú no vienes con nadie iré.
Supe que despertaba en desiertos privados
de voz y extrañamente regocijada al fin,
feliz de nunca estar en nada,
siento ahora que ves como la propia sombra
partida del destino de mi cuerpo inclinado
sobre lo inmóvil salta y sin esfuerzo baila.




CIUDADES
   Un día entero he caminado en busca de una
ciudad y ella bajaba y subía sin peldaños. Entre las
torres desniveladas mirando el mar.
Camino por sus calles para mí viejas y nuevas
como ninguna. Y no puedo encontrarla en el día. En
el día tan suyo y en el aire que guarda los rumores
de la mañana. Busco otra ciudad de aire claro. Donde
aguardar las noches encandiladas en los reflejos del
agua. Cuando las grandes ruedas se columpian sin des-
canso. He de verla vertical y sumergida en el agua.
Porque la ciudad huye de mis ojos. Y se refugia en
los espejos del agua. He de apresar su sonrisa. Cuando
resbala entre las torres desniveladas mirando el mar.

    Fantasma yo misma busco un fantasma. En la ciudad
que quema al mediodía las pistas de los fantasmas.
Inflexiblemente clara. Interminable en el vacío que la
prolonga. En su paisaje mira y no en sí misma. Indi-
ferentes a lo que las separa. Atentas al fuego que las
une. Las multitudes pulcras con sus historias cerradas
bajo el brazo. Como libros en una lengua que nadie
entiende. Pasan sin prisa. En un falso aire de trópico.
Enmascaradas de lentes negros y en un verano que
brilla y no devora.

   Las tiendas se repiten llenas de objetos iguales a
otros objetos. Cada aviso me recuerda un aviso paralelo
en otra calle y otra ciudad. Nadie me habla de aquella
que en veinte lugares he buscado para morir cuando
vivía.

   Yo grito con el grito de la alta pesadilla. Te busco
en la violencia y no te encuentro. Cruelmente parecida
a mí en algo ignorado que ambas encerramos. Tu his-
toria y tú separadas. Como yo divididas. Siempre otra
ciudad. Ya sé. Esta se escapa rutilante volando y remo-
zada. Ríe en cada esquina con una risa que no entiendo.
Y cuando llego otra la reemplaza.

   Mi fantasma es un niño. Que ya piensa y que
juega todavía. Mi fantasma es un niño. Que en el aire
sonoro conserva intacto su corazón. Y en los rumores
de la mañana. En el mediodía que quema las pistas
de los fantasmas.

   Durante años he caminado en sueños. Ahora es
de día y no veo mi sombra.

   Busco la identidad de una puerta que se cierra.
Busco el aire de mis pasos encadenados. Como cuando
en sueños todo era posible. Y todo estaba perdido.
Cedo al horror. Busco aquello que afirma y aquello
que destruye. En el vacío busco fiebres y arrobamien-
tos ya disipados. Fuera de mí tú vives tu vida innu-
merable. Yo vivo en mí. Espada clavada en el tiempo.
Que el tiempo de nuevos modos aguza. Y nunca
ablanda. Busco el azogue para tus espejos. Cruel y
favorable para siempre. Busco el color de una piedra
semejante a sí misma y no disimulada con el color de
otra piedra. En las lúgubres fiestas de mis desencuen-
tros y el humo de la llama.

   Y mi fantasma sigue hasta el puerto de ausencia
en que he caminado. Entre los fantasmas de las ciu-
dades. En cosas abolidas como si yo fuera mi sombra
entro. Y las presentes cosas ignoro. A los antepasados
de los países sin tiempo para la memoria. Pido una
mano para cruzar el puerto hace cien años recons-
truido. Aquella que escribió en la arena pide la puerta
de su salida.





NOCHE CERRADA


ANIVERSARIO
Y encuentre yo consuelo extremo en que
me enviéis ahora una especie de muerte. . .

Pascal.        

I
Vuelvo a buscar el instante,
el jardín de escasas plantas,
soñoliento entre las crenchas
de la hierba dulce amarga
que vuelvo a peinar despacio
en la voz de la lejana
paloma que desde el bosque
reúne sin esperanza
en el salmo de una sílaba
el crepúsculo y el alba.
Vuelvo a buscar el jazmín
de breves flores livianas
como su sombra; diciembre
creía en ella y saltaba
sobre los muros iguales
entrecruzados de cálidas
figuras a medianoche.

II
Vuelvo al instante, al jardín
de la cita no esperada
y por años ya cumplida
con una muerte que andaba
entre los setos redondos:
la sentí sobre mi cara
y ella me dejó seguir.
La muerte así me llamaba
como la nieve una vez
cuando esperé la nevada
y apenas vino a mi hombro
un poco de nieve blanda
y permaneció conmigo.
Lenta pluma dispersada,
adonde no había nadie.
La muerte así me llamaba
como la nieve.

III
Para perderme en dos veces
salí de las cosas altas
sencillas y singulares,
sin esfuerzo ya ganadas.
Antes de tiempo perdí
las cosas, y sus fantasmas
sin ellas me visitaron,
diestros en iguales gracias.
Ahora espero la muerte
que sabe cómo se aparta
de una vez lo ya apartado,
porque aquélla que separa
manos y rostros unidos,
ya la viví. Resbalaba
apenas en los objetos
para quitar al que ama
el solo anillo de aire,
única presencia clara
entre las cosas oscuras.
Y entre el ojo y la mirada
una lenta muerte abría
caminos que no se acaban.

IV
En el camino a la muerte
me sigue a cierta distancia
la del encuentro primero:
no se retira ni avanza,
salió del jardín antiguo
y me acompaña.
En la que me sigue busco
aquélla que se adelanta.
Entre sus pasos mis pasos
saben que nadie descansa.
Cuando vuelvan a ser una,
ya confundidas sus caras
he de saber que he llegado.




LA SOMBRA
No temo a mi sombra por
otra sombra devorada.
Ella me sigue o la sigo
y por años yo olvidaba
la dimensión de la mía.
En la noche con exacta
soltura se superpone
a la mía y se desplaza
conmigo sin hacer ruido.
Durante el día descansa
en objetos singulares
y en figuras cotidianas.
Y por años una sombra
sin esperanza
tomó el lugar de mi sombra.
O temo a mi sombra

No he salido de mi voz,
de mi risa solitaria,
porque nunca estuve sola.
De su presencia me salvan,
por un día, las campanas
que caminan gravemente
en el esplendor del agua.
De cristal puro
es el aire y es el agua.

En otro tiempo la sombra
era una llama
y ardiente yo la seguía.
Cuando fue sombra de llama
ella comenzó a seguirme,
y fue la sombra inclinada
del árbol sobre la tierra,
la sombra recta y de pie
de una arboleda en el agua.

En un tiempo era la llama
y su nombre tuvo el nombre
de la alegría liviana,
y su nombre tuvo el nombre
arrebatado del ansia.
Cuando fue sombra de llama
entró conmigo en el mar,
y en tierras crucificadas
me seguía por el aire.
Con tranquila maestría
de vez en cuando tocaba
la raíz de mis espantos.
Entre los sueños de cámaras
adornadas con objetos
que sin calor se apretaban
junto a las tapicerías
como una nube se alzaba.

Hoy la busco sin hallarla,
hoy miro mi sombra sola.
Mi propia sombra me extraña.
Es mi sombra desligada
que por sí misma se mueve.
Hasta su nombre resbala
de mi boca soñolienta.
Ya no la veo en el agua
de las profundas raíces
petrificadas.




LA DEMENTE
La precisión de mis males
se extiende a las cosas vagas
por noches agotadoras
he jugado con las máscaras
y he buscado la fatiga
como si buscara el agua
ni siquiera alguna muerta
acedía me llegaba.

Entre mi sombra y yo misma
crece tenebrosa planta
doy vida a lo intolerable
en mi visión prolongada
la noche prosigue idéntica
sobre el reverso del alba.

La demente canturrea
dicen que no tengo nada
sin los vapores del vino
de las olas apagadas
acaso el baile del humo
en las hogueras ya lánguidas
de los pastos otoñales.
Repiten ella divaga
yo digo que hay una línea
por los puntos generada
y hay un punto entre los puntos.
ha demente ya no canta
canturrea canturrea
dicen que no tengo nada
son aspectos de las nubes
que largamente miraba.
Tres horas para una nube.
Bocas cegadas
de los pozos en mi voz
repentinamente callan
cosas iguales se vuelven
para mí las nubes altas
y el muro bajo.
Todos dicen: anda y anda
digo que estoy detenida
aunque confíe a la acacia
lo que dije al abedul,
aunque al almendro contara
lo que no sabe el abeto
y despacio me quejaba
a la ancolía del campo
y a la de secreta lana
que es flor de tapicería.

La demente ya no canta
ni siquiera canturrea
aunque aquí nadie descansa
y es desconocido el sueño,
sueño que estoy transformada
en alguien que apenas vive.
Huyo de las asonancias
del péndulo y de la fuente
que a lo lejos me desgarran
cinco veces cada noche.
Años y años escuchaba,
cristal antiguo del péndulo
y sus dientes me señalan
un tiempo que recomienza.
La demente ahora calla
mira un punto mira un punto
y luego un clavo que avanza
simple y rotundo con furias
diversas y forma exacta,
es clavo de sordidez
que una noble mano planta.




NOCHE DE FIESTA
"Nuit de liesse"
 Esta es la noche. Resplandeciente de adentro labrada
en metales sensibles. Esta es la noche. Del aire mace-
rado en los anchos vergeles de Francia. Y el boje rizo
crepuscular entre la nieve de la flor de adormidera.
Y trepadoras color de rosa entre la nieve de la ancolía.
Antenas inmediatas alas al aire crecen. Sonoridad ma-
yor que el transportado canto. Untuosas lunas de aceite
para encender las lámparas de la alegría sin fronteras.
Vuelven las sabias doncellas a los pórticos de las igle-
sias. Con sus preparadas lámparas. Las dementes duer-
men, las sabias por ellas velan.

Esta es la noche. De empavesados barcos para todos los
ríos. Y de tinglados para todas las esquinas. Cuando la
luna de quietos filos olvida las tinieblas que apenas la
dejaban pasar. Aquí la noche visitada por todos los
bólidos de la alegría. De la alegría para bailar con
pies de nube sobre las frentes reconciliadas.

La luz se mide al interior del agua. En el asombro de
su poder antiguo y nuevo. La alta faz velada por el
largo duelo ahora ilumina el río. Es la faz centelleante
de la piedra que crece con el agua y se prolonga en el
río profundo y ligero como nunca.

Amaestrados los aviones tienden plumas azules y ber-
mejas. Sobre los rectos perfiles y las circulares rondas.
En la intersección de los tinglados.

Alegría del águila y la alondra. La noche se refleja a sí
misma. Como en los mares fieles desiertos se estrecha y
cabe en el corazón del hombre. La noche fluida y re-
donda estriada de oro. Es la noche sonora en el aire
sonoro. En el aire mensajero de los címbalos. Es la
noche para exaltar las justas cosechas de un verano de
la tierra.

Alzase la alegría reciente espada en mitad de lo oscuro.
La alegría, cintura de la noche, rodea como el aire las
guirnaldas de las colinas. Hay flautas en el aire para
todas sus bocas. Y combina el sonido con las esencias
de los canteros de Francia. La luna nacarada se mueve
sobre un mar de colores. En sus olas juega la noche
más ligera que el día.

Memoria dividida entre el germen del bólido y la si-
miente del color. Crece la angustia mientras el gozo
mengua. Y crece el gozo mientras la angustia se es-
conde y vela.

Bailan los vivos en las calles, sin máscaras. Bailan los
vivos sigilosos. Porque la noche es de aquellos que no
la vieron. Ya nunca separada la que soñaron los muer-
tos de este sueño de los vivos. Ya nunca separada la
noche del incendio. Y la que agita como una mano las
linternas de color.

Torrentes de alegría. Arrastran las esencias de los bos-
ques y vergeles de Francia. Y la alegría peina los bojes
por largo tiempo descuidados. Torrentes de alegría
para romper el corazón de los vivos. Pero alguien in-
visible baila. Alguien que tiene el corazón partido y
no tiene cara ni máscara para ocultar la ausencia de su
cara. Alguien baila en medio del silencio de los vivos.
Y cada uno acaricia la forma de una noche. Y nunca
la noche impecable que soñaron los muertos.

Aquí la noche raíz y flor de la alegría que transfigura.
La noche misma despacio baila y la fiera se asombra
de su suavidad. Ríen las bocas adolescentes al descanso
de los guerreros. Breve es la llama que no devora y
acaricia despacio. Grave madre de estaciones la noche
separa las olas de las tinieblas. Para que brille la enar-
cada llama y sobrenade en olores y sonidos.

Bailan los vivos dócilmente en la noche de los muertos.
En lo ajeno se mueven y no en el propio baile. Y con-
tiene como el mar la tormenta. Y contiene como el mar
la bonanza. Ya nunca la palma olvida el dorso y la
sonrisa va en busca de una boca difunta.

Aquí la noche de fulgurante sonrisa. La que seduce y
no apacigua. El ritmo nace del largo balanceo de su
pausado paso. Y la que preceden ojos innumerables.
Cerrados para que algunos ojos la vieran.

Muchos murieron para verla. Otros la esperaron sin
Morir. Y sin saber que la verían. Ahora llega resplan-
deciente. Y sin embargo es otra. Como en los sueños
de figuras idénticas a sí mismas. Y sólo el sueño sabe
que no son ellas. La noche llena de lámparas como sig-
nos de concordia traza en silencio el arco de tinieblas.
Para el seguro puente entre los vivos y los muertos.




CELEBRACION
 (Al salir de una ceremonia
en honor de algunos muertos).
Sobre las alamedas desiertas de los vivos,
asamblea de hojas en nombre de los muertos.
Cada paso es borrado por el viento,
perfectas flechas ya disparadas reforman
los cincelados y espejeantes oros.
Sólo en ellos encuentro
anchas coronas para los héroes sin otoños
y nobles formas de ovaladas fuentes
y rectas cruces para los retorcidos miembros
de aquéllos que se dieron en la sazón del árbol,
estrecharon el último verano
y pudiendo quedar se alejaron del día.

Aquí las hojas sin arrimo ni ramaje
guirnaldas extendidas por sí solas
a mitad de camino entre arboleda y río,
en memoria de aquéllos que entregaron sus vidas.
Alguien viene en silencio cruzando la alameda
con su cara de infancia donde bailó la risa
aquél que tuvo el pelo del color de estas hojas
entre ceniza y oro, por siempre detenido
en un solo crepúsculo. Y muchos le acompañan.
Al eco de una risa atrozmente se junta
la baja confusión de haber sobrevivido.

Aire de falsa nieve y cielos de topacio
amenazan romper con el silencio
que el orden y la púrpura taciturnos deciden.
Y desfilan las frentes de los jóvenes héroes
sin cascos ni caballos.

Vemos el poderío del otoño sin límites
y su color de muerte fúlgido como el día.
Se detiene el dolor en las anchas coronas
para las frentes de los nuevos héroes,
los que ya regalaron las vendimias
de no vividos días cuando el otoño avanzan
hacia la cornalina rígida del follaje.

A medias abolida la sustancia
y presente su carga singular de fulgores,
el color permanece livianamente pronto
para la nueva vida de la muerte.

La sangre de la tierra sube al dorso
de las hojas que acaban de vivir,
bello es lo corruptible en su color de muerte.
Sobre el bermejo detenido río
del follaje que espléndido perece
la punta de una aguja brilla y entre las hojas
traza la justa forma
de las guirnaldas prontas, las fuentes sin lamento.
Y entre los signos que ignoramos traza,
recta y seguramente,
las alargadas cruces sobre el suelo.




ALTA LA NOCHE
Junto a mis ojos, la noche erguida
v alta estriada de blanco,
no la redonda pura certera oscuridad.
Sólo la noche llena de signos
donde vacilan los cautelosos
lúcidos animales.
Junto a mis ojos, alta la noche
llena de objetos apenas suyos
que fueron nuestros: nada de ellos
ha sido retirado.

No la fluida pura certera oscuridad
que en la obediencia sirve
a una noche que está muy lejos
y nunca se equivoca,
sin otra luz que la primera estrella fija,
y de nosotros nada.

Junto a mis ojos la noche breve
contradictoria llena de juegos y de boscajes
y de pie en ella, sobre algún mar
sin rumor y sin peso,
en el reflejo veo la sombra
del día que no encuentro.

II
Vasta y ligera
alegría que ignoro
como si yo la conociera
la adivino en el oro
fugitivo, y el dejo
que un instante resbala
sobre apagado espejo,
rectamente señala
hacia algún mismo punto
en el lúcido centro
del día que no encuentro
allí veo el trasunto
del largo día
entero en la alegría
o no es mar ni lugar
solamente la vía
para poder llegar
despacio a la alegría
ligera y sin reproche.
Algo brilla a destiempo
en mitad de la noche
como si fuera el día,
o en el entero tiempo
de la noche y el día
es sombra de alegría.




NOCHE Y CRUZ
Por el camino de una noche mía
anuladora exacta,
entro sin gestos, sin golpear en vano,
en la noche de todos.
Como ninguna pródiga en modos de morir,
cuando en secreto el áloe da renovados zumos
para llegar a innumerables bocas,
cuando el nocturno pecho dentro de mí jadea,
la cruz de la noche entra en la cruz de mis manos
sobrellevada a tientas y de pie.
Es la noche sin tregua, la que busca cien muertos
para aprender hasta qué extremo un solo
agonizante puede respirar.

Cuando persigue el hombre sin cesar al hombre
la misma trampa sirve para el uno y el otro
la misma ausente mano
hace cortar el cuello del lobo y de la tórtola.
Y la rutina ordena
con más rigor que la pasión difunta.
Cuando persigue el hombre en cada sitio al hombre,
a los unos da muertes que no serían la suya,
al uno quita el alma, al otro sepultura.
Una metralla ciega hasta en los muertos cava
y la mano de un niño cuelga de frescos olmos.

En súbito tumulto
se incendia la noche desde adentro.
Se reduce el antiguo lugar para la sombra,
como muros y troncos se parten las tinieblas.
Desaparecen ellas, las casas y los bosques.

Una noche con ojos abiertos para siempre,
ha de seguir en busca de los perdidos párpados.
Ahora es el tumulto
y la cruz de la noche silenciosa,
en la cruz de las manos.




NOCHE CERRADA
Por una noche lúgubre he sido poseída.
Noche cerrada en la cerrada frente,
era la noche larga que nos sigue en el día
medida por la propia sombra ya calculada.

Los huesos centelleantes del dolor de entresueños,
el explorado germen de iguales pesadillas
abre imprevistos frutos
mientras el sueño mide círculos diferentes
para los ejercicios del solo cautiverio.

Noche devoradora y nunca devorada.
Racimos de tiniebla apretaba a mi boca
y olía a lluvias como aromas tibias,
breve paso de pájaro
iba el agua al encuentro de las plantas,
entraba en el oído para nunca salir.

Como la noche angosta sin lugar para nadie
noche de la mujer
que ya no tocará la almendra de su cara
pulida por los sueños de los hombres.

Más duro que perder el amor de cada día,
el sueño se retira o ya no sirve.
Ningún gesto a lo lejos ha de apartar la boca
que se inclina a pacer en las tinieblas.





(Transcripción María Florencia Milani)


1 comentario:

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