Variedades de la experiencia religiosa.
-Postscriptum-
Al redactar la conferencia final aspiré en tal medida a la simplificación
que me invade el temor de que mi posición filosófica general recibiera una
atención tan escasa que difícilmente la haga inteligible para algunos de mis
lectores, por lo que aprovecho este epílogo, que debe ser asimismo tan breve
como sea posible, para remediar el defecto, aunque sea sólo una pizca. En una
obra posterior podré explicar mi posición con mayor amplitud, y por
consiguiente con claridad mayor. En un terreno como en el que nos ocupa no
puede esperarse originalidad, ya que todas las posibles actitudes y
temperamentos fueron descritos ampliamente hace tiempo por la literatura y cualquier
escritor nuevo puede ser inmediatamente clasificado bajo un rótulo familiar. Si
hiciéramos una división del conjunto de los pensadores en naturalistas y supernaturalistas,
sin lugar a dudas yo debería alinearme, como la mayoría de los filósofos, en la
serie de los supernaturalistas. Sin embargo,se da un supernaturalismo craso y
otro refinado, y la mayoría de los filósofos actuales pertenecerían a la
división refinada, puesto que aunque no sean idealistas trascendentales al
menos obedecen la tendencia kantiana hasta un punto capaz de impedir que
nuestras entidades ideales interfieran causalmente el curso de los hechos
fenomenológicos. El supernaturalismo refinado es un supernaturalismo
universalista, y probablemente el mejor nombre para la variedad «crasa» sea el
de supernaturalismo «poco sistemático», que se adecua bien con aquella antigua
teología que impera hoy sólo entre la gente sin instrucción o que podemos
encontrar entre los escasos profesores rezagados en el dualismo que Kant
desplazó según se cree. Admite los milagros y directrices providenciales y no
encuentra dificultad intelectual alguna para mezclar el mundo real e ideal,
interpolando influencias de la región ideal entre las fuerzas que determinan
causalmente los detalles del mundo real. Con respecto a esto, los supernaturalistas
refinados piensan que confunde las diferentes dimensiones de la existencia;para
ellos, el mundo ideal no es causa eficiente, y nunca penetra en el mundo
fenoménico de las particularidades. El mundo ideal, en su opinión, no consiste
en un mundo de hechos, sino sólo del significado de los hechos; constituye un
punto de vista para juzgar los hechos; pertenece a una «lógicas diferente y
habita en una dimensión de existencia distinta de aquella de la cual obtiene
las proposiciones existenciales. No puede bajar al nivel inferior de
experiencia y entreverarse poco a poco en fracciones diferentes de la
naturaleza, como aquellos, por ejemplo, que creen que la ayuda divina acude en
respuesta a la plegaria.A pesar de mi incapacidad para aceptar el cristianismo
popular o el teísmo escolástico, supongo que mi creencia de que la comunión con
el ideal proporciona nuevas fuerzas al mundo que originan nuevos fenómenos me
obliga a ser clasificado entre los supernaturalistas del tipo raso o poc osistemático.
El supernaturalismo universalista se rinde demasiado fácilmente, me parece, al naturalismo.
Toma los hechos de la ciencia física en su sentido literal y deja las leyes de
la vida tal como las encuentra el naturalismo, sin esperanza de remedio ni
solución en el caso de que sus frutos no sean buenos. Se autoconfina a
sentimientos sobre la vida en conjunto, sentimientos que pueden ser de admiración
o adoración, pero que no necesitan serlo, como prueba la existencia del
pesimismo sistemático. En esta forma universalizadora de entender el mundo
ideal, la esencia de la religión práctica parece evaporarse. Tanto
instintivamente como por razones lógicas encuentro difícil de creer en la
existencia de principios que no establezcan diferencias entre los hechos.
Sin embargo, todos los hechos
son hechos particulares y todo el interés de la cuestión sobre la existencia de
Dios me parece que estriba en las consecuencias que para los particulares esa
existencia pueda implicar; que ninguna experiencia particular altere su aspecto
como consecuencia de que exista Dios, me parece una proposición increíble y,
con todo, es la tesis (en todo caso implícita) que abraza el supernaturalismo refinado.
Sostiene que el Absoluto mantiene relaciones sólo con la experiencia en bloque; no condesciende a transacciones
particulares. No conozco el budismo y puedo equivocarme; hablo simplemente para
describir mejor mi punto de vista general; pero tal como entiendo la doctrina
budista del Kharma estoy de acuerdo con ella. Todos los supernaturalistas
admiten que los hechos se rigen por el juicio de una ley superior, pero para el
budismo, según interpreto, y para la religión, por lo general, siempre que la
metafísica trascendentalista no la despierte, la palabra «juicio» no significa
la apreciación platónica ni el veredicto académico desnudo como admiten los
sistemas vedantas y absolutistas modernos. Por el contrario,comporta la ejecución, es in rebus y también post rem y actúa «causalmente» como un
factor parcial en el hecho total. El universo se convierte al agnosticismo puro y simple en cualquier otro término; sin embargo, este punto
de vista de que el juicio y la ejecución caminan juntos es el propio del modo
de pensamiento supernaturalista craso; por consiguiente, este volumen debe ser
clasificado en conjunto con las otras expresiones de este criterio.Con
franqueza, asumo el problema de este modo porque la corriente de pensamiento que
impera en círculos académicos discurre en contra mía, y me encuentro como el
hombre que debe apoyar el hombro contra una puerta abierta rápidamente si no
quiere verla cerrada y atrancada. A pesar de que resulta chocante para los
gustos intelectuales en boga, creo que una consideración cándida del supernaturalismo
craso y una discusión completa de todas sus relaciones metafísicas demostrará
que se trata de la hipótesis donde se cumplen el mayor número de requerimientos
legítimos. Se trata, por supuesto, de un programa para otros libros, por lo que
al expresarlo aclaro suficientemente al lector filosófico el lugar al que
pertenezco. Si me preguntaran dónde situamos las modificaciones de los hechos
que se deben a la existencia de Dios, debería decir que en general no poseo
hipótesis alguna que ofrecer salvo aquello que sugierede inmediato el fenómeno
de la «comunión por la plegaria», especialmente cuando participan en ella determinados
tipos de incursión de la región subconsciente. La apariencia, parece ser que en
este fenómeno algo ideal, que en un sentido forma parte de nosotros y en otro
no lo es, ejerce una aguda influencia, se remonta a nuestro centro de energía
personal y produce efectos regenerativos que de una u otra manera no pueden
obtenerse. Entonces, si el mundo de la existencia fuese más amplio que el de nuestra
conciencia cotidiana, si en él se ejercieran fuerzas cuyos efectos fuesen
intermitentes, si una condición facilitadora de los efectos implicase la
apertura de la puerta «subliminal», entonces, pues, conseguiríamos los
elementos de una teoría a favor de la cual los fenómenos de la vida religiosa ofrecen
plausibilidad. Me siento tan impresionado por la importancia de estos fenómenos
que hago mía la hipótesis que sugieren de forma natural; como mínimo, en estos
casos parece que las energías transmundanas, Dios, si queréis, producen efectos
inmediatos en el mundo natural al que pertenece el resto de nuestra
experiencia. La diferencia en el «hecho»
natural que la mayoría de nosotros señalaríamos como la primera diferencia que
debería indicar la existencia de Dios, imagino, sería la inmortalidad personal.
La re-ligión, de hecho,
significa inmortalidad y nada más para la gran mayoría de personas. Dios es
el productor de la inmortalidad y cualquiera que dude de ella es reputado de
ateo sin ninguna otra prueba. En mis conferencias no he hablado sobre este
problema o sobre la creencia en ella porque me parece algo secundario: si a nuestros ideales sólo les interesa la «eternidad» no veo por
qué hemos de desear transmitirlos a otras personas. Con todo,
simpatizo con la pulsión urgente de intervenir, y ante un conflicto de
pulsiones como éstos, tan vagos y al propio tiempo tan nobles, no sé cómo
decidirme y me parece que se trata de una ocasión donde eminentemente deben
testimoniar los hechos y a los hechos, pienso, les falta demostrar «el retorno
de los espíritus», a pesar de que tengo el mayor respeto por los señores Myers,
Hodgson y Hyslop, y me encuentro bastante impresionado por sus conclusiones favorables.
Así, pues, dejo con estas breves palabras la
cuestión abierta para eximir al lector de la posible perplejidad de por qué el
problema de la inmortalidad no ha sido mencionado a lo largo del libro. El poder ideal con el que nos sentimos vinculados, el Dios de los
hombres corrientes, se halla, tanto para estos hombres corrientes como para los
filósofos, dotado de algunos atributos metafísicos que yo traté en la
conferencia sobre filosofía con tan poco respeto. Se asume como «uno y único» e
«infinito», siendo la noción de muchos dioses finitos algo que casi nadie
encuentra útil considerar y todavía menos sostener. Siquiera sea en interés de
la claridad intelectual, me veo empujado a afirmar que la experiencia
religiosa, tal como la hemos estudiado, no puede ser aducida como el sostén inequívoco
de la creencia infinitista. Lo único que testimonia inequívocamente es que
podemos experimentar la unión con algo superior a nosotros y que en esta unión encontramos la paz más
grande. La filosofía con su pasión por la unidad, y el misticismo con su
tendencia monoideista se «traspasan el límites e identifican ese ego otro con
un Dios único, alma que todo-lo-incluye del mundo, y la opinión popular,
respetando su autoridad, sigue el ejemplo que ellos establecen. Mientras tanto,
las necesidades y experiencias prácticas de la religión me parecen satisfechas por
la creencia de que más allá de todo hombre, y de alguna manera, en continuidad
con él, existe un poder superior, amigo de él y de sus ideales; todo lo que
exigen los hechos es que ese poder sea otro y superior que nuestros yo conscientes. Cualquier cosa superior
será suficiente tan sólo con que nos baste para estimular el paso siguiente. No
ha de ser infinito, no ha de ser solitario; puede tratarse simplemente de un yo
superior y más divino asimismo, del que el yo real sería una expresión
mutilada, siendo el universal una colección de estos yo con diferentes grados
de penetración e identificados sin ningún tipo de unidad absoluta.
Esto representaría cierto tipo de politeísmo en lontananza –un politeísmo
que en esta ocasión no defiendo porque mi única aspiración actual es
proporcionar un testi-monio de la experiencia religiosa en sus propios límites.
Los defensores de la visión monista dirían de este politeísmo (que, por cierto,
siempre ha sido la religión de la gente común y todavía lo sigue siendo) que, a
menos que hubiese un Dios que lo incluyera todo, nuestra garantía de seguridad
resultaría imperfecta. En lo Absoluto, y sólo en lo Absoluto, todo
se salva; si existieran dioses
diferentes, cada uno preocupado por su cuenta, alguna parcela de alguno de
nosotros quedaría al descubierto de la protección divina, siendo nuestro
consuelo religioso incompleto. Y esto hace referencia a lo que os sugerí en las
conferencias iniciales sobre la posibilidad de que existan parcelas del
universo perdidas irreparablemente. El sentido común es menos radical en sus
demandas de lo que la filosofía o el misticismo suelen serlo, y puede admitir
la noción de que este mundo resulte salvado parcialmente y parcialmente
perdido. La moral ordinaria condiciona la salvación del mundo al éxito con que
cada parte realice su cometido. La salvación parcial y condicionada constituye,
de hecho, una noción más familiar cuando se toma en abstracto, y la única dificultad
consiste en determinar los detalles. Algunos hombres, a pesar de todo, están
tan faltos de interés que desean alinearse en la parte perdida mientras sus
personas resistan, si se les puede persuadir de que su causa prevalecerá
-siempre que la participación sea lo bastante elevada. De hecho, pienso que una
filosofía última de la religión habría de considerar la hipótesis pluralista
más seriamente que hasta ahora. En cualquier caso, para la vida práctica la posibilidad de salvación es suficiente y
ningún hecho de la naturaleza humana es más característico que este deseo de
vivir sobre una posibilidad. La existencia de esta posibilidad establece la
diferencia, afirma Edmund Gurney, entre una vida en la cual la pieza clave la
constituye la resignación y otra en la que predomina la esperanza.
Pero todas estas afirmaciones resultan
insatisfactorias por su brevedad y sólo puedo decir que espero volver sobre los
mismos temas en algún otro libro.
-págs 245-247-
William James.
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